La práctica del teatro es difícil. No están definidos, en ningún momento concreto, ni el contenido ni la forma que sean apropiados para una determinada función teatral. Cada vez que se levanta el telón es un nuevo desafío, frente al cual el peor procedimiento es la simple rutina. Desde esta perspectiva el reestreno los días 8 y 9 de febrero de la obra Reencuentro de Lola Galán en el EA Teatro dirigida por Engracia Cruz puede tener un acusado interés.
Se trata de una de las obras seleccionadas en el Concurso para autores de Albacete que organiza EA Teatro. Su autora participa desde hace mucho en el Aula de Teatro de la Universidad Popular con los directores Llanos Briongos y Ángel Monteagudo. Fruto de la pasión por el teatro que en ese entorno se desarrolla es la asistencia de muchos de sus participantes a cursos de distinto tipo en relación con las artes escénicas que se realizan en Albacete y fuera de Albacete. Reencuentro procede de un trabajo correspondiente a un Curso de Teatro y Gestalt de dos años de duración (2012-2014) al que Lola Galán asistió, en Barcelona, un fin de semana de cada mes.
La obra habla de nosotros de nuestra realidad cotidiana. Cuenta el encuentro de dos hermanas sin demasiada relación, y algunas diferencias, que se citan, cerca del lugar de su domicilio familiar de cuando eran niñas, para despedirse por una larga temporada pues una de ellas, María, se va de colaboradora de una ONG a la India. Durante su conversación la otra hermana, Inés, recibe una llamada en la que las requieren para atender a una tercera hermana, Elena, de la que no saben nada desde hace veinticinco años.
En el desarrollo de la obra aparecen los problemas, las ilusiones, los desencuentros, los recuerdos, de una vida familiar, pero con un punto de ensoñación, de sentido poético, que en el día del estreno se señaló ya como homogéneo, similar, al que se recoge en los versos:
No se pueden abandonar
del todo los lugares
en los que construimos lo que somos.[…]
de Basilio Sánchez, prestigioso poeta que el año pasado recibió el selecto Premio Loewe, y que celebró al día siguiente, 22 de mayo, un recital en el Teatro Circo dentro del Capítulo IV del Ciclo de Poesía Viva de 2019.
La obra tiene un ritmo narrativo y escénico notable, remarcado con nitidez por la acertada labor de dirección, y en ella van apareciendo esas conversaciones en las que todos nos reconocemos:
INÉS.- Eres como papá, una soñadora, y con los sueños no se construye nada. (pág. 3).
INÉS.- ¡Claro que fue feliz! No le faltó nunca nada; vivíamos como una familia normal, pero todo se estropeó cuando de buenas a primeras Elena se marchó, sin más, sin dar explicaciones. (págs. 12-13).
MARÍA.- Elena, ¿te acuerdas de aquella canción que aprendimos para cantarla en Nochevieja después de cenar, en casa, que salíamos cada una de una esquina del salón y nos juntábamos en el centro, y los tenedores eran los micrófonos? (pág. 25).
Así van transcurriendo los momentos, tal vez hacia un destino de, por fin, entendimiento que se podría ilustrar, por correspondencia aproximada con el poema de Claudio Rodríguez Un bien del libro Alianza y condena de 1965. Comienza así:
A veces mal vestido un bien nos viene […]
tal vez como una referencia al alcoholismo y a la ropa de Elena, y que acaba:
Yo quiero que tu huella pasajera
y tu visitar hermoso
no se vayan más,
como otras veces
que te volví la cara […]
y te dejaba morir
en tus pañales luminosos.
Comprobarán los asistentes como la emoción de este poema no es ajena a la que las actrices saben sacarnos desde el escenario.
Tal vez el observar las formas de cómo todo va confluyendo a un reencuentro, que pueda resultar esperanzador, nos siembre algunas dudas sobre el carácter idealizador de la propuesta. Las citas seleccionadas no dejan de ser ambiguas. Así, el oponer la ensoñación a la exigente realidad, al capitalismo sin sujeto que cumple ciegamente la destrucción; al no nos falta de nada de la limitada intimidad familiar, en la que la racionalidad abstracta nos obliga a la gente a buscar refugio; o esa falsa imaginería de concurso de televisión en la que las hermanas de niñas intentarán realizar sus ilusiones, como Elena. En fin, todo nos conduce a intentarlo otra vez, pero a la vez, a que nos demos cuenta que ahí puede no haber esperanza.
Claro que en el escenario ocurren otras cosas. Como una sugerencia política, quizá de manera no intencionada, sobre lo que nos pasa. Y es que afrontar nuestra situación sólo se puede realizar de una manera colectiva, como ocurre sobre el escenario con Inés, María y Elena. Y también en relación con muchos aspectos de la obra, casi inconcebible sin la experiencia colectiva que haya podido tener en suerte la autora, Lola Galán; y sin el compromiso y el quehacer colectivo de las actrices Yolanda Ibáñez, Margarita López, Rosario Lorente y Candelaria Motas, que no viene de ahora, y potenciado y tematizado en la representación por el gran trabajo de dirección. Tampoco, sin la propuesta colectiva del complejo dispositivo llamado EA Teatro, ni por las décadas de actividad teatral colectiva de la Universidad Popular, en la que no sólo se enseña a actores y a técnicos, sino que, de paso, proporciona gran cantidad del público que participa en cada representación que tiene lugar en los escenarios de Albacete.
Especialmente llama la atención el compañerismo, la complicidad y la confianza recíproca entre las actrices que se muestra sobre el escenario. La forma inocultable en la que cada una de ellas admira a las demás, el humilde orgullo que cada una de ellas siente al adivinarse elegida por las otras para compartir el trabajo y el placer de representar esos papeles, en general, y en cada sentida intervención de cada una de ellas, que las demás no dejan de entender como ejemplar y memorable.
No pueden dejar de intentar asistir. ¿Y si no fuera lo que les estoy contando sólo una sugerencia piadosa para invitarles a ver la obra? Allí, en la función, hay mucho que hacer. Como comprobar lo sugerido, o imaginar otros extremos que este comentario no haya podido reseñar, o incluso apreciar; participar en el venturoso esfuerzo colectivo a favor de la promoción de las artes escénicas en Albacete; y también, experimentar sin voluntarismo, gracias al artificio estético que supone la obra y asistir ella, si la posición, de cada uno, es más de refugio o, alternativamente, más constructiva, en la dimensión colectiva, política, en relación con la organización de la sociedad vigente.
Uno sale de otra forma, la asistencia no deja inalterado al que la realiza. La experiencia del arte es algo más que una experiencia subjetiva, es la irrupción de la objetividad en la conciencia subjetiva. (Th. W Adorno, Teoría estética, Taurus, Madrid, 1990, pág. 319). La magia del teatro. Otra vez.