Este domingo, el Teatro de la Paz de Albacete ha acogido la representación de la obra de José Pascual Abellán Ni con tres vidas que tuviera. La dirección corresponde a Zara Sobral y los actores que intervienen son Jorge Cabrera, Lucía Esteso y Nacho Hevia. La obra está basada en la entrevista que realizó Jordi Évole a Iñaki Rekarte, ex terrorista, en el programa Salvados de La Sexta.
Es una obra verosímil, comedida y muy matizada en las interpretaciones, intensa en la expresión, equilibrada en el desarrollo y limpia y tersa en el trabajo de la dirección.
Se utiliza el recurso de ir intercalando en el desarrollo de la entrevista varios monólogos de la hija mayor del matrimonio que fue víctima en un atentado con coche-bomba en una calle muy transitada de un pueblo del País Vasco. El aspecto que más parece importar en la obra de teatro es el esfuerzo de autosinceridad, de la víctima y del terrorista, para evitar los falsos sentimientos, por llamar a las cosas por su nombre y por intentar rehacer de forma verdadera las vidas de los implicados con motivo de la destrucción experimentada por la víctima y el dolor causado por el arbitrario terror.
Hay un diligente esfuerzo de convergencia en los personajes, muy bien expresado por el trabajo de los actores, del que se deja a los espectadores decidir sobre el alcance que la aproximación puede llegar a tener. Ya se sabe conocimiento y arte no son aquello que nos impone una solución, una apariencia, sino lo que nos deja en libertad.
Ahora bien, a mí me parece, ojalá estuviera equivocado, que desde el punto de vista político la obra es concesiva. Y en este aspecto es en el que más realista resulta. Porque la obra refleja perfectamente el acto periodístico al que se refiere que, a su vez, es coherente con los esquemas de interpretación que aplicamos a la realidad en la que nos movemos. Voy a tratar de explicar a lo que me refiero.
Cuando el periodista le pregunta al entrevistado cómo ha llegado a integrarse en una banda terrorista, éste no lo sabe explicar bien: un poco el ambiente, algo la situación personal, sobre todo la inexperiencia juvenil y el «nunca, en casa o como con los amigos, hablábamos de política”. Tras una herencia de guerra en la que unos sublevados contra el orden establecido, que luego resultaron vencedores y de los que hay documentado que provocaron la desaparición irregular de más de cien mil personas (114.266), según el programa de exterminio que se recoge en las Diligencias previas del Proc. Abreviado 399/2006 del Juzgado Central de Instrucción Nº 005, se está en una situación política en la que una característica crucial consiste en que no se puede hablar de política.
Recuerdo vagamente un poema de Erich Fried que dice, más o menos:
Nuestra política consiste,
mientras ello es posible,
en no llamar política
a nuestra política …
Claro que, eso, voluntaria y esforzadamente por parte de los opresores y, obligatoriamente, por parte de la generalidad de los oprimidos. Así que no es difícil pensar que de las diversas deformaciones, adicciones, falta de sensatez y de empatía, que van apareciendo sin alusiones directas en el desarrollo de la historia que el entrevistado cuenta de sí mismo, tenemos que hacernos a la idea de que es ese ambiente político el que las favorece y fomenta. Uno piensa que en ese ambiente enrarecido es fácil que alguna monstruosidad se presente, o que pueda ocurrir.
Es, relativamente, inadecuado preguntarle al entrevistado la razón por la que se adhiere a una banda terrorista. No recuerda un momento de decisión concreto, se va liando. Podía haber sido otro y no él. De hecho cuenta que algunos que él conocía se negaron, pero poco cambiaría las cosas que fuera uno por otro. A éste, que se llama a sí mismo asesino, se le enfrenta a una hija de dos de sus víctimas para que alcance, tal vez, a ser consciente del dolor injustificable que causó, y que a su vez a él, a sus hijos, a su mujer, les haga imposible una vida digna. Pero a los responsables del diseño de un mucho más extenso programa de exterminio no, a esos no se les enfrenta a nada. Incluso se les ponen monumentos o se les tiene enterrados en lugares preeminentes de las iglesias.
Por ejemplo, además, a los ex-presidentes George W. Bush y José María Aznar que fueron responsables de ocasionar aproximadamente un millón de muertos civiles en la guerra de Irak de 2003, con las falsas excusas, entonces ya sabidas, del atentado de 2001 y la tenencia de armas de destrucción masiva, nadie piensa en sentarlos frente a las madres, los hijos, o los abuelos de las víctimas arbitrarias e injustificadas que produjeron con sus mentiras para pedirles perdón, o para hacerlos conscientes del dolor que ocasionaron. Y tampoco nadie se pone de lado cuando hablan desde la tribuna del congreso los representantes del partido en el que militaba entonces y ahora el señor Aznar.
De alguna forma, se continúa eludiendo la política. Lo monstruoso, que nunca había desaparecido, se está volviendo a descarar con su potencial genocida. Insistir en el intimismo de las elecciones particulares, y eludir la dimensión política de los problemas, a la que contribuyen, en muchos casos conscientemente y como programa, los medios de comunicación, nos abocará más todavía a un destino con inanticipables y renovados fenómenos monstruosos que ya irán apareciendo.
Ni al insignificante y sanguinario torturador burócrata, ni a los que continuamente van consolidando el Mediterráneo como una fosa común, ni a los colaboracionistas de que se prolonguen los feminicidios, ni a los elegantes urdidores de los terrorismos financieros, tan dañinos en hambres y vidas, se les pide que miren a los ojos de los allegados a sus víctimas para que se hagan cargo y conjurar el dolor que siguen produciendo. Lo deforme suele ser producto de la forma social.