12 de junio de 2013 - 12 de junio de 2024

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años de periodismo
Coronavirus en Albacete con MUFACE

Mi experiencia

Aurelio Pretel Marín

Recién dado de alta, me pide Mario Plaza que escriba mi experiencia con el Coronavirus. No sé si ésta será muy significativa, porque yo he tenido más suerte que otro muchos; pero sí me parece oportuno contarla brevemente, aunque tan solo sea como agradecimiento al personal sanitario del CHUA, del Perpetuo Socorro y el Hospital Quirón, que se juegan el tipo cada día dando una lección de solidaridad y profesionalidad que jamás les podremos pagar cuando esto pase, aunque algo habrá que hacer.

La Sanidad funciona por los profesionales, no por sus sedicentes “responsables” políticos, públicos y privados. Como mucho, estos últimos hacen declaraciones sobre las prevenciones que debieron tomar en su momento y ahora van a adoptar con la urgencia que estamos comprobando, y ponen un teléfono -cada uno su teléfono- para aclarar las dudas o atender las urgencias, aunque por mi experiencia se podrían en uno solo con una grabación que dijera que los operadores no están disponibles -¡sin música, por Dios!- y que solo mantenga la escucha quien presente todos y cada uno de los supuestos síntomas (fiebre, tos y disnea, aunque hay muchos más y, por ejemplo puede haber neumonía sin presentarlos todos, como ocurre en mi caso y el de mi mujer).

Parece que el sistema todavía funcionaba hacia el 15 de marzo, pues a requerimiento de Teleasistencia una ambulancia llevó a mi suegra al CHUA, donde la derivaron al Perpetuo Socorro. Allí, el doctor Romero y sus colegas y unas angelicales enfermeras, con ayuda de su hijo, su cuidadora, y yo que eché también las manos que podía, aunque al tiempo tenía que cuidar a mi esposa, contagiada igualmente, consiguieron sacarla -con 100 años- después de 15 días. Como somos de ADESLAS -funcionarios- el sábado 21 me la llevé a la Quirón, donde le recetaron antibióticos para curarse en casa (a mí también el lunes 23, aunque con menos síntomas); pero tras varios días de fiebre y sin comer, empecé a preocuparme por ella y comencé la ronda por todos los teléfonos “a mi disposición” (el de Castilla-La Mancha, el de Adeslas, el 112, etc. Por fin, el 24) Por fin, el 24, tras pasarme tres horas colgado del teléfono, y viendo mis apuros, el 112 dijo que llamara al Centro de Salud más cercano a mi casa, aun no perteneciendo al SESCAM, donde al principio hubo ciertas dificultades, que me parecen lógicas, pero al fin, la doctora Castillejos -creo que se llamaba- intentó mandarme una ambulancia, aunque sin conseguirlo, por lo que aconsejó que la llevara yo mismo al Hospital, en el día del colapso, que niega su gerente, pero yo presencié y mi mujer sufrió durante algunas horas. Allí acreditaron que tenía neumonía y la enviaron a la Quirón, donde quedó ingresada, y yo con ella, como acompañante, hasta el 1 de abril.

Afortunadamente, tras varios días de fiebre, yo caí con principio de neumonía leve la víspera de que a ella mandaran a casa, el 2 de abril: como ya estaba dentro, nos pusieron a ambos en una habitación, y dos días después también pude salir a terminar en casa la recuperación (si ella hubiera tenido la atención necesaria desde el primer momento lo hubiera hecho antes y con menos gastos y sufrimientos). No puedo encarecer la actitud generosa y hasta amable que en todo este proceso desplegaron todos los sanitarios de los tres hospitales, públicos y privados, que, con una sonrisa han trabajado, sobre todo, al principio, en el Perpetuo, sin medios materiales ni apenas protección, cumpliendo su función más allá del deber.

Todo esto me ha hecho reflexionar bastante sobre la sociedad que hemos dado en llamar del bienestar, aunque se ha construido sobre la imprevisión, el gasto innecesario y el abandono -cuando no los recortes- de los servicios públicos, que son lo que en principio debiera distinguir un a un país avanzado. También, sobre el futuro, porque saldremos de ésta, pero el mundo tendrá que ser muy diferente. Desde el punto de vista personal, he tomado conciencia de mi fragilidad, y de que todos, los viejos y los jóvenes, vivimos mucho más cerca del otro barrio de lo que nos creíamos. Cuando llegue el momento, por esta u otra causa, van a sobrar los viajes, las comidas de amigos e incluso los ahorros que hemos atesorado pensando en un futuro que puede ser muy corto.  En cambio, las sonrisas y las manos tendidas que he visto en estos días en estos sanitarios que se juegan la piel y la de su familia por cumplir su deber, siempre nos hará falta. Gracias por enseñarme lo que es la humanidad y lo que de verdad importa en esta vida.

Aurelio Petrel