A través de la canción 'Paracaídas'

Los mejores amigos de Los Enemigos desde Albacete

Miguel Ventayol

Paracaídas

 

No me preguntes por qué, quizás por ser domingo, quizás porque el domingo se parece a cualquier otro día.

Hay una canción de Los Enemigos que dice:

“Tengo amigos, te pueden librar

de caer al mar.

Tengo amigos, te pueden librar

de soñar al sol.

Sí, tengo amigos

que nadie me presentó

que sacan fuerzas

de donde ahora las estoy sacando yo.

Se llama Paracaídas.

Uno de mis mejores amigos vive en Australia. Otro de mis mejores amigos vive en Japón, porque sí, porque la vida es distancia en cuanto te despistas. Otro de ellos vive en Valencia porque el mar está más cerca. Mientras que otros tantos viven en Madrid porque allí se puede hacer de todo en cualquier momento, porque allí lo encuentras todo. Otros viven en Villarrobledo, por valientes y otros en Albacete, porque se vive muy bien.

Están encerrados.

Paracaídas también dice: “Tengo problemas que nadie me planteó. No te los presto si fueran para ti no estaba aquí yo”.

Un amigo desapareció cuando yo todavía no sabía lo que era desaparecer, hasta ese día concreto; te puedo asegurar que era de los buenos. Otro más se fue sin despedirse, mientras el resto bebíamos en las aceras, tan adolescentes como para ignorar qué teníamos, qué perdíamos; te puedo asegurar que era de los buenos, de los muy buenos.

Dos amigas y un amigo quisieron irse algo más tarde. Una de ellas estuvo tan cerca del éxito, que el diablo le sonrió murmurando: “No”. Mientras, una tercera me contestó, cuando le pregunté si visitaría conmigo Roma: “Si no muero antes”. Te puedo asegurar que son de las buenas, de las muy buenas.

Ferrán se fue, con su hijo recién nacido, sin poder disfrutar nada más, no me preguntes por qué. Y hasta aquí quiero hablar.

“Sí, tengo amigos que nadie me presentó. No te los presto, si fueran para ti no estaba aquí yo”.

Algunas de mis mejores amigas viven escondidas, como escondido estoy yo, a kilómetros de distancia unas de otras, tan cerca como darle a un botón. “¿Estás?” “¡Estoy!” “Estaba escuchando una canción que me ha recordado cuando íbamos a…”. El Mestassi está tan al norte que siento el frío, me dijo: “Lo bueno de esto es que tenemos una excusa para hacer vídeo llamadas”.

Cualquier excusa es buena. Cualquier excusa es buena.

Mi amigo del instituto le vio los colmillos a la muerte cuando teníamos 19, y supongo que con 19 debes disfrutar la pasión, no huir del aliento de la parca. “¿Cómo estás?” “Bien; es jodido. Pero estoy bien”. El diablo le susurró al oído: “Todavía no. Además, este no es tu sitio”.

Él se fue tan lejos y tan rápido que no pudimos decirle adiós porque estábamos encerrados en la distancia. Tanta distancia que el dolor duró tanto como, tanto como, tanto como… seguir doliendo. Nos quedamos encerrados sin saber qué hacer, sin saber a quién pedir explicaciones, sin saber cómo reaccionar.

Vino un amigo, lloró conmigo; vino una amiga, me abrazó; alguien descolgó el teléfono en el momento justo. El dolor no se va, cada uno lo lleva como le parece y puede. Además, el mío es mío. El dolor, los problemas, los amigos, “no te los presto, si fueran para ti, no estaba aquí yo”.

Te puedo asegurar que son de los buenos, de los muy buenos. No porque yo lo diga, porque lo son sin necesidad de que ni ellos ni nadie lo diga. Son de esos que recuerdan a cada momento aquella estupidez de dar sin esperar nada a cambio, de hacer el bien porque sí.

confinamiento, miguel ventayol, sociología