Educación ambiental para el siglo XXI

El otro virus que nos viene

Javier Carmona

Los habitantes de la Tierra tenemos otra amenaza además del coronavirus: es el cambio climático.  Al principio, no le hacíamos mucho caso, lo veíamos como algo lejano, que no nos iba a tocar, ni  a nosotros ni a nuestros hijos. Incluso había algunos que no se lo creían. Pensaban que era un cuento  abanderado por los ecologistas y por los intereses de las ONG.  Pero el cambio climático empezó a notarse poco a poco, en cosas que al principio atribuíamos a la irregularidad de la meteorología, como la disminución de las nevadas, las lluvias más escasas y los inviernos más cortos. Después,  empezaron a acaecer sucesos más concentrados y virulentos: tormentas de fuerza descomunal, sequías extremas o días calurosos en otoño o incluso en pleno invierno: se agudizaron los fenómenos meteorológicos más extremos.

El cambio climático está demostrado científicamente por varias razones, entre ellas que tenemos ahora la mayor concentración de dióxido de carbono en la atmósfera desde la formación de nuestro planeta, hace unos 4.500 millones de años. Esta concentración  anormal de CO2 es la principal causante del efecto invernadero y hace aumentar gradualmente la temperatura de la Tierra.  Está producida por la actividad humana, sobre todo por la industria, las calefacciones y el transporte.

Una actividad desmesurada del hombre cuya población no para de crecer. Somos ya más de 7.700 millones de seres humanos y  además la esperanza de vida media se ha ido alargando, con la dolorosa excepción del Tercer Mundo. Desde el principio, al libro del Génesis se le fue la mano del todo. Así, decía: Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.  En modo alguno su autor o autores se imaginaban que en vez del Génesis estaban escribiendo las bases para el posterior libro del Apocalipsis, sobre desastres naturales, guerra, hambruna y el colapso de la economía mundial que vendrán con el  “fin de los tiempos”.

Por el contrario, la evolución natural ha sido sabia. Solo ha permitido que nos reprodujésemos de una forma relativamente moderada al tener un solo hijo por parto, normalmente,  y no como otras especies animales más prolíficas.  Pero aun así,  ¿cómo llegar a pensar  que se alcanzaría semejante cantidad de  individuos de la especie humana, súper-depredadora en la cadena alimentaria?  ¡Esta cifra es más del triple de población mundial que había tan solo 70 años atrás, en el  año 1950!  Además, la  tendencia es creciente:  dentro de diez años, en 2030, seremos  otros 1.000 millones de  personas más en este planeta, que es grande, pero que tiene sus recursos limitados y muy mal repartidos, en especial el agua potable y los alimentos.

Los recursos naturales como el sol, el aire, el agua, el suelo, los minerales, la vegetación y la fauna nos parecían inagotables.  Pero solo el primero lo es, al menos a nuestra escala. Contaminábamos, derrochábamos los recursos naturales y la energía. Estamos ahora en una fase, palabra que ahora está tan nombrada por la pandemia, de aceleración del cambio climático. Nosotros, sin querer, estamos desenterrando virus de hace millones de años por el deshielo de los glaciares y de los casquetes polares, virus que no sabemos si nos afectarán gravemente. Los virus son microorganismos de material genético recubiertos de proteína que no tienen capacidad para reproducirse por sí mismos, pero que lo pueden hacer dentro de un ser vivo al que parasitan.

Y los virus, aunque no queramos, están ahí y forman parte del Bioma (ecosistema de todo el planeta Tierra). Los ecosistemas son sistemas  formados por un escenario físico y por los seres vivos y por las interrelaciones entre ellos y con el propio escenario. Y tienen una capacidad de amortiguación frente a perturbaciones, mayor cuando más tupida es la red de sus interrelaciones. Una perturbación natural es un suceso no esperado que altera los ecosistemas, rompiendo las cadenas alimentarias o  las necesidades vitales de los seres vivos, que pueden ser extremas como, por ejemplo, la conocida caída del asteroide que hace 65 millones de años causó la extinción de los dinosaurios.

Las perturbaciones que causa el hombre son provocadas por factores ajenos a la naturaleza, por ejemplo el calentamiento global o la  contaminación del aire, del agua y del suelo o los incendios forestales no causados por el rayo.

Hasta los años 70  los ecólogos estudiaban los ecosistemas focalizando sus investigaciones considerando áreas libres de alteración humana. Sabemos que los ecosistemas tienden normalmente al equilibrio eliminando los efectos negativos de las perturbaciones leves. Pero sabemos también que el hombre es un elemento del ecosistema que lo está perturbando gravemente con sus actuaciones insostenibles.

¿No se sacudirá la Tierra al hombre? Lo puede hacer utilizando a los propios hombres y mujeres (nos estamos haciendo cada vez más rápido el haraquiri) o bien poniendo en marcha mecanismos biológicos como los virus, que atacan a placer en densidad altas de población humana y con más fuerza en ecosistemas debilitados por la contaminación, la pérdida de biodiversidad y el calentamiento global. Nuestro planeta ya está mostrando claros síntomas de agotamiento y nos ha dado un claro aviso con los desplazados por la desertización y las injusticias aberrantes en el reparto de la riqueza a nivel humano. También con la extinción de especies vegetales y animales y los cambios de localización de los cultivos buscando tierras más frescas que son escasas y que provocará más conflictos por poseerlas.

Sin embargo, todavía estamos a tiempo de reaccionar y se están haciendo cosas a favor de la conservación de la naturaleza. Desde los años 80 la conciencia ambiental empezó a despertarse en la sociedad, con el catalizador de los grupos ecologistas y después con el apoyo gubernamental (Cumbre de la Tierra, Río de Janeiro, 1992). En esas dos décadas se asentaron también las evaluaciones ambientales obligatorias de planes y de proyectos para minimizar sus efectos negativos sobre el medio ambiente.

Algunos adelantos como la producción de energías renovables como la hidroeléctrica, la eólica y la fotovoltaica nos permiten mirar con esperanza a un futuro que puede ser más limpio.  Adelantos técnicos como la incorporación de la quinta y sexta marcha en los coches  y la optimización de los consumos de combustible en motores de explosión y de combustión interna, impuesta por la carestía  de los precios del petróleo, han contribuido a la reducción de la contaminación difusa.  Los vehículos eléctricos o los híbridos  están empezando a hacerse un hueco en las ciudades.  La electrificación de los ferrocarriles y el uso del gas natural en los autobuses también se han sumado a la causa verde. Nos falta encontrar un sustituto al queroseno para impulsar los aviones a reacción que no produzca dióxido de carbono, los investigadores están tras ello.

Se depura el agua residual de todos los núcleos de población mayores de 5.000 habitantes y se reciclan la mayoría de los residuos. Vamos, pues,  avanzando hacia la sustentabilidad. La naturaleza es agradecida cuando se deja de tratarla mal. Lo hemos podido ver este último mes: la pandemia del coronavirus ha disminuido significativamente nuestra presión sobre el medio natural, así hemos visto flamencos en la Albufera de Valencia, jabalíes y otros ungulados silvestres por las calles de los pueblos y los cielos casi  libres de aviones y  con una transparencia de la atmósfera totalmente inusual.  No obstante, en el lado negativo,  el coronavirus ha provocado descensos en reciclajes, aumento de incineraciones de residuos y de extensión de campos de basura sin triaje.

Pero, volviendo a lo positivo, esta pandemia ha producido una nueva sensación solidaria entre todos y, en especia,l en cuantos han trabajado sin descanso para que el sistema no colapsara. También entre los ciudadanos que simplemente han cumplido las normas en el estado de alarma. Y lo más doloroso y que no tiene remedio: las familias que han perdido a un ser querido o han padecido la enfermedad. Les doy el pésame a todas ellas.

Les invito a aprovechar esta solidaridad nueva para que entre todos podamos evitar que el calentamiento global y la contaminación pasen a ser “el otro virus” que nos vuelva a trastocar nuestra manera de vivir, que debe ser en paz entre nosotros, en colaboración y con respeto sumo al medio ambiente, que es nuestra casa común y la única que tenemos. Piensa globalmente,  pero actúa localmente: cada gesto cuenta, cada gota suma.

En este sentido, la  Educación Ambiental, es  otro «arma cargada de futuro», fundamental para sumar,  como  la poesía de Gabriel Celaya,  que canta Paco Ibáñez. Para procurar la Educación Ambiental, está  ESenRED, la Red Estatal de Redes de Centros Educativos Sostenibles no universitarios impulsada  por iniciativa de administraciones públicas (Comunidades Autónomas, Ayuntamientos,  Diputaciones…).

ESenRED apoya proyectos de sostenibilidad y, en la provincia de Albacete, está promovida por la Diputación, la Delegación de Educación, Cultura y Deportes y la Delegación de Desarrollo Sostenible de la Junta de Castilla-La Mancha. Las tres unen sus esfuerzos para llegar a los más jóvenes en el compromiso de la defensa del medio ambiente y de la participación democrática de toda la comunidad educativa.

¡Ánimo!

Francisco Javier Carmona García

Dr. Ingeniero de Montes.

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