El neoliberalismo ‘youtuber’ que cala en nuestros hijos

Mientras ustedes están a otra cosa, sus hijos están viendo en su móvil o tablet cómo un chaval multimillonario, que no llega a la treintena, les dice que pagar impuestos es de perdedores.

Fotograma del último video publicado por Rubius en YouTube

Albacete Cuenta

Mientras ustedes están a otra cosa, sus hijos están viendo en su móvil o tablet cómo un chaval multimillonario, que no llega a la treintena, les dice que pagar impuestos es de perdedores.

Habrán leído en la prensa que Rubius, uno de los youtubers más famosos de España, conocido en medio mundo, va a cambiar su domicilio a Andorra. Él mismo lo ha anunciado en uno de sus directos de Twitch. La excusa que da el popular influencer es que muchos de sus amigos y colegas de profesión están allí ya (tributando), y no oculta que el hecho de pagar (muchos) menos impuestos que en España le ha ayudado a tomar la decisión.

A la mayoría, cosas de la edad, se nos escapa qué es eso de youtuber o streamer, pero en realidad es muy sencillo de entender. Un youtuber es un creador de contenidos audiovisuales, solo que, en lugar de trabajar para la televisión, lo hace desde su casa y emite estos videos a través de Internet, gracias a las facilidades que ofrecen plataformas como YouTube o Twitch. Hacen lo que se ha hecho siempre: a través de estos contenidos generan ingresos publicitarios, como cualquier televisión en abierto.

No es cosa menor. Tienen millones de seguidores en redes sociales, por lo que sus contenidos generan también audiencias e ingresos millonarios. Un ejemplo: un video subido anoche por Rubius, en el que hablaba sobre un videojuego, tiene ya cerca de dos millones de visualizaciones. Y esto no es mucho, en realidad. Hay videos suyos en YouTube con decenas de millones de visitas. Para poner esto en contexto, El Intermedio, emitido en La Sexta, fue seguido anoche por 1,6 millones de personas. De hecho, se cuentan con los dedos de una mano los programas que ayer llegaron a más gente que Rubén Doblas, verdadero nombre de este youtuber.

Las críticas hacia Rubius y sus amigos no se han hecho esperar, algo que estos youtubers no entienden. Muchos ven completamente lógico mudarse de país con el único objetivo de poder acumular más capital en el banco y creen que cualquiera haría lo mismo en su lugar. Aunque también hay excepciones de colegas de profesión, que defienden que el hecho de pagar casi un 50% de IRPF indica que ganan lo suficiente como para vivir muy bien, sin dejar de ayudar a los compatriotas que han tenido menos suerte que ellos.

Esto, lo de irse a Andorra o cualquier otro lugar más amable tributariamente, no es nuevo. Hay una larga trayectoria de deportistas españoles que han hecho lo mismo, por ejemplo. Algunos se sienten muy españoles cuando celebran una victoria con la bandera de su país en la mano, pero pasan palabra a la hora de colaborar con el estado de bienestar del sitio que les vio nacer.

Pero la novedad, en este caso, no es tanto irse a Andorra sino reconocer sin tapujos que no quieres pagar impuestos. Hasta ahora, solía ser la prensa la que destapaba que un millonario o deportista famoso había cambiado su residencia fiscal para evitar al fisco español. Estos nuevos multimillonarios de las redes sociales no tienen ningún pudor en admitirlo de forma pública.

Y aquí es donde viene lo realmente importante. Se están empezando a enviar mensajes que ya están calando en su audiencia, mayoritariamente adolescente. Cosas como «los impuestos no sirven para nada» o «son un robo del Estado» es lo que están viendo estos días muchos chavales al consultar sus timeline. Y niños y niñas de 13 años no solo están consumiendo estos mensajes, sino que parece que los están asumiendo con total naturalidad.

Bastaría con darse una vuelta por las redes sociales más populares para ver cómo los seguidores de Rubius, Vegetta777, Willyrex o TheGrefg (con estos nombres, no nos lo ponen fácil a los adultos) han salido en tromba en defensa de sus ídolos, porque les parece que pagar menos y, por tanto, tener más, debería ser el objetivo de cualquiera en la vida, sin que su cerebro, todavía en formación, les haga ver que ellos no forman parte de ese grupo de privilegiados y que probablemente nunca lo harán.

Mañana, cuando envíen a sus hijos al colegio o al instituto, tal vez no estaría de más que se fueran sabiendo que pasar la mañana en ese centro público de educación cuesta más de 6.000 euros al año de media. Y que se paga con las aportaciones de todos los ciudadanos, cada uno conforme a sus posibilidades. Si su hijo les contesta con un «OK Boomer», es posible que ya sea demasiado tarde.