Los incendios forestales son un problema que no desaparece, como “El rayo que no cesa», de Miguel Hernández. Sin embargo, el rayo, causa natural de incendios forestales, solo ocasiona entorno al 26 % de ellos en la provincia de Albacete. El otro 74 % es debido a la acción humana. A su vez, este 74 % es la suma de un 54% de negligencias o accidentes (quemas descontroladas cerca del monte, chispas de máquinas…) un 1 % de reproducidos (raíces consumiéndose en el subsuelo que dan la cara con los primeros calores del día), un 7% de causa desconocida (aquellos que no se conseguido averiguar su origen pese a una investigación concienzuda) y un 12 % de intencionados, según los propios datos oficiales. Sí, sorprende, pero solo hay un 12 % de incendios provocados, en contra de la creencia comúnmente extendida de que casi todos los incendios forestales son intencionados.
Otra cosa que se suele oír es que son los propios trabajadores de los incendios forestales los que «pegan fuego» para no perder el empleo. Aunque es cierto que ha habido alguna coincidencia a lo largo de la historia, eso es falso y además no se sostiene, porque el número de contrataciones no depende de que haya más o menos incendios. Este número es bastante estable a lo largo de las sucesivas campañas de defensa contra incendios forestales y está condicionado por las partidas presupuestarias, siempre ajustadas. Lo cierto es que son profesionales comprometidos con la conservación de la naturaleza, que trabajan en condiciones extremas de riesgo, en la extinción de algo que quema y que asfixia. Trabajan en terrenos forestales, casi siempre abruptos, donde moverse con seguridad es difícil y no digamos cuando es por la noche.
Otra suposición malintencionada es que “hay muchos incendios porque, en el siglo pasado, se repoblaron los montes con pinos, que son árboles que arden mucho, que habría que haber repoblado con otros árboles más ecológicos y que ardan menos”. ¡Qué curioso! Ahora resulta que es el árbol es que tiene la culpa de que venga un fuego y lo queme. Hay que apuntar que los pinares, de gran significado en el ámbito mediterráneo, conforman en zonas de suelos someros y escasas precipitaciones la alternativa con mayor posibilidad de arraigo a la hora de elegir especie para repoblar una zona desnuda o un área quemada. De hecho, los pinos carrascos, los más abundantes en Albacete, tienen su propia estrategia para diseminar después de un incendio: sus piñas se abren por el calor intenso y dejan salir a los piñones que son las semillas de los pinos. Son especies adaptadas al fuego y se denominan especies pirofitas (del griego piros: fuego; fita: plantas). Ello, sin perjuicio de que al pasar los años, al amparo de la sombra y del suelo más profundo que el pinar va creando, se pueda ir estableciendo un encinar como formación vegetal clímax.
Sin embargo, muchas de las repoblaciones se hicieron con densidades iniciales muy altas, para asegurar que quedase una densidad final que fuese la adecuada. Pero, hay repoblaciones donde han prosperado más árboles de la cuenta quedando, finalmente, demasiada espesura (incluso con pies dobles). Esto hace que sean muy vulnerables frente a un incendio. Estos pinares densos están necesitados de claras y de podas para hacerlos más resistentes frente al fuego. Del mismo modo, la gran mayoría de las 24.000 ha. de forestaciones de tierras agrícolas que plantaron hace más de 20 años con densidades excesivas están pidiendo a gritos la misma medicina para no ser “carne de carbón”.
Otra cosa que se oye comentar a la gente es que los incendios forestales hay que prevenirlos, “limpiando” el monte durante el invierno, y que el dinero que se gasta en medios humanos y materiales de extinción para apagarlos en verano es dinero tirado. Lo segundo no es así, ya que ambas actuaciones son necesarias y complementarias. Respecto a la primera actuación, conocida como “limpieza” de montes, es conveniente hacerla para aligerar los montes de combustible, especialmente de los combustibles muertos como ramas y hojas secas y para reducir densidades excesivas de matorral o de arbolado. Su objetivo es hacer más difícil el avance de un incendio forestal. Pero no es económicamente posible “limpiar” todos los montes de la provincia de Albacete, ni siquiera cada cinco años, porque hay que considerar que después de los desbroces o de otros tratamientos selvícolas se produce los rebrotes con fuerza. En nuestra provincia hay unas 600.000 ha. de monte, así que calculando un coste medio de 1.600 euros por hectárea de limpieza (que es bajo) harían falta cerca de 1.000 millones de euros cada cinco años solo para esto, una cifra inabordable para las arcas públicas. En consecuencia, los medios disponibles hay que dirigirlos a actuar en las zonas donde más partido se les puede sacar: en las zonas de mayor peligro de incendio o bien despejando fajas de vegetación paralelas a vías de comunicación o a cursos de agua.
La “oveja bombera”, que está de moda, es una vuelta al aprovechamiento ganadero tradicional en los montes. Sin duda, representa una buena opción allá donde se pueda aplicar, pero tampoco es la panacea porque hay mucho monte donde el ganado no puede pastar, bien por excesiva pendiente o densidad de las cubiertas vegetales que hacen el bosque impenetrable o donde no hay especies herbáceas o de matorral que sean palatables.
Pasando a la segunda de las actuaciones apuntadas anteriormente, la extinción en verano, tengo que decir que no se debe minorar, porque las masas forestales cada vez están expuestas a un mayor índice de peligro de incendios debido al cambio climático y a pérdida de población de las zonas rurales de sierra, donde se asientan mayoritariamente nuestras masas forestales. En un día de condiciones meteorológicas que se cumpla la regla del 30 (más de 30 km/ hora de velocidad de viento, más de 30º C de temperatura y menos del 30 % de humedad relativa) y se produzca un incendio forestal podemos perder grandes superficies de monte quemadas por el fuego en cuestión de horas. Lo que la naturaleza ha tardado siglos en crear se puede ir al traste en una tarde y ahora no podemos consentir que ardan los pocos montes verdes que aún nos quedan. Antaño, cuando los bosques cubrían la práctica totalidad de Castilla-La Mancha, podía considerarse el fuego como un factor ecológico más en el equilibrio natural de las forestas, pero hoy en día con una superficie forestal arbolada que ha quedado reducida a poco más de una cuarta parte de nuestra provincia hay que actuar decididamente en la defensa de los bosques, tanto en labores preventivas de invierno como en acciones de extinción en verano. Es necesario, tener un dispositivo de defensa contra incendios forestales que garantice llegar al foco inicial en el menor tiempo posible, con una gran capacidad de respuesta y, así, evitar que el incendio cobre grandes proporciones que dificultan en extremo su control y extinción.
Los dispositivos del equipo humano y los medios materiales han ido mejorando mucho con el tiempo: en la calidad de las bases de retén, torretas de vigilancia, vehículos todo terreno, maquinaria pesada, medios aéreos y bases, red de comunicaciones, preparación, formación, seguridad y salud y condiciones laborales desde los años 90. Los retenes empezaron “debajo de un pino”, trabajando tres meses al año, luego subieron a 6 meses, después a 9 meses al año y, el primer año de Gobierno de Emiliano García-Page pasaron a estar contratados durante todo el año, una demanda de todo el sector durante todo el periodo de cuatro años de recorte que hubo entre los años 2011 y 2015.
La campaña de incendios forestales que comienza ahora y que durará, en principio, hasta el 30 de septiembre, coincidiendo con la época de peligro alto, supone una tranquilidad para la salvaguarda de nuestros montes y conlleva una importante generación de empleo en un medio rural despoblado que tanto lo necesita. Recordemos que no se puede encender fuego en el monte ni en la faja de 400 metros que los circunda, ni circular con vehículos a motor por dentro de los montes. Un descuido puede ocasionar una catástrofe medioambiental y económica en un medio natural que está ya al límite de alcanzar el punto de no retorno.
Seamos cuidadosos en nuestras salidas al campo y respetemos las plantas, los animales, el suelo y el agua dejando el sitio al menos igual que nos lo hemos encontrado al llegar o incluso mejor. En este sentido, la educación ambiental de todos los ciudadanos es una herramienta para alcanzar un futuro prometedor mediante la mejora del medio ambiente y por ende de nuestra sociedad. Desde aquí deseo una buena campaña de incendios forestales a todos sus trabajadores, incluidos los Agentes Medioambientales.
Francisco Javier Carmona García
Doctor Ingeniero de Montes