Un intelectual con alma de rockero en La Mancha

Segundo Camacho, la cultura por bandera ante la injusticia

La madrugada del jueves al viernes, 6 de agosto, Segundo Camacho, líder sindicalista de UGT y director de la Universidad Popular, durante mucho tiempo, fallecía de un infarto a los 63 años en su pueblo natal Villarrobledo. Una vida dedicada a la cultura, a ayudar a los trabajadores y hacer de su pueblo un lugar  de vanguardia en La Mancha.

Ana Cuevas

Nunca pensé que tuviera que escribir esto y menos tan pronto. Mis dedos teclean hoy desde el dolor, la tristeza y la incredulidad de que Segundo Camacho nos haya dejado de forma tan inesperada. En su pueblo, Villarrobledo, donde nació, creció, tuvo a sus hijos, vivió y como el mismo vaticinó, el lugar donde murió. Pero donde hizo mucho más, mucho más que cualquier otro, pues no pasó indiferente por la vida. Sirvió de eslabón entre el sindicato, el periodismo, la cultura y la política. Aunque en la última vertiente nunca fuera disciplinado y eso no ayuda, ya se sabe que en el socialismo actual la identificación con el Che Guevara no está de moda.

Sin hacer daño a nadie nunca; sí luchó por la injusticia que no soportaba, la desigualdad y la incultura. Así era él, en el sentido más machadiano, «un hombre bueno». Y quiero escribirlo, aunque no sea la persona más cercana a él -de ahí mi pudor-. Pienso en sus hijos, en su madre, sus hermanos, en toda su familia de sangre y en la de vida, también en sus amigos de la Casa de la Cultura, donde me incluyo, pero especialmente en Gabriel Nieves (vaya todo mi cariño), del que no puedo dejar de pensar porque sé lo que se querían y admiraban, con una lealtad a prueba de bombas, su familia política. Desde aquí mi abrazo a todos los que le acompañaban en su día a día y lo van a echar muchísimo de menos.

Escribo desde el máximo respeto, sabiendo que el vacío que deja en ellos no se puede comparar al mío, puesto que hacía años que no hablábamos, fruto de la distancia del trabajo y de la vida. Este viernes, cuando me despedía de él, sentí muchísimo no haberle llamado antes, tomarme un vino con él en la Plaza Vieja o compartir un rato, con todos los que éramos y escucharle tan lleno de sabiduría. Ahora ya no podrá ser y solo me quedan los recuerdos, yo no lo voy a olvidar nunca. Si pienso en las conversaciones con él, los ojos se me llenan de lágrimas, pero no puedo evitar recordarlo con una sonrisa.

Creo que es la primera vez que mi hijo me ha sorprendido llorar de esta forma, teniendo ya uso de razón. En su abrazo sentí que se daba cuenta de lo importante que era para mí, mi amigo Segundo. También por él lo escribo, para que sepa que en la vida hay que ser buena persona, hay que ayudar a la gente siempre que se pueda, para que te recuerden así, para que sientan así tu pérdida, si un día no estás.

Segundo Camacho era un fenómeno. Una persona con una mirada limpia y profundamente inteligente. Como le ha definido el socialista, Antonio Martínez en su cuenta de Twitter, «sindicalista por conviccion y trabajador de la cultura en Villarrobledo por vocación»

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Era un ciudadano de su pueblo, trabajador del Ayuntamiento de Villlarrobledo que, sin hacer ruido, no pasaba desapercibido. Él era todo lo contrario a los seres inicuos tan de moda en los últimos años. Creía firmemente en la libertad de no tener que dar exlicaciones a nadie sobre su opinión política, fuera del horario de trabajo, por supuesto, sobre todo a las corrientes que estaban resucitando en la derecha más rancia del pueblo. Eso tampoco lo respetaron los del bando más perverso e ignominioso que se recuerda desde la represión franquista en el municipio. Quién le iba a decir a él que en sus últimos años iba a sufrir persecución política y mobbing en sus propias carnes. Aunque trató de ignorarlo lo máximo que pudo, uno no puede evadirse del todo de los que él mismo calificó como:

«tribu de indigentes intelectuales y morales, que intentan ejercer de dioses redentores de un pueblo, utilizando una especie de terrorismo institucional contra todos aquellos y aquellas a los que no nos pueden dominar, sin tener los mas mínimos escrúpulos con los métodos utilizados ni el más mínimo respeto por las personas».

No pudieron dominarte, desde aquí me gustaría decirte que a mí tampoco. Llevo presente que mi fuerza es la cultura, los libros y mi forma de ser respetuosa pero no equidistante ante la injusticia. Ojalá viva en mí un ápice de lo que eras tú y no escuche nunca los cantos de sirena de los que aconsejan que no hace falta ser tan reivindicativo o que es mejor callar. He tenido la suerte de conocerte, de contar con tu apoyo cuando sabías que te necesitaba sin llamarte y la desgracia de perderte tan pronto, como un jarro de agua fría en agosto que me paraliza, que no esperaba y que me deja un poco más desvalida ante la injusticia, un referente que sé que se alegraba en la distancia de los pequeños logros contra la desigualdad, aunque no estuviera al lado.

Supongo que el tiempo atenuará la tristeza y dulcificará el recuerdo de los momentos compartidos en la radio, donde te conocí en la calle Concepción de Albacete, entrevistando al líder que eras de UGT que defendía con la máxima dignidad, humildad y respeto a los trabajadores. Y después en tu Villarrobledo, en la calle Carrasca, en torno al carnaval, al Viña Rock, a la universidad popular, al teatro y a la forma de ver y pasar por la vida. Incómodo para algunos, sí, pero bálsamo contra la injusticia para la mayoría de la gente buena.

 

 

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