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Albacete acoge la presentación del libro ‘Jóvenes antifranquistas’ (1965-1975)

  • Con coloquio con el autor, Eugenio del Río y Antonio Navarro

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Este jueves lardero, un día especial en Albacete, hubo un reducto de cultura comprometida en el centro de la capital. La presentación del libro de Eugenio del RíoJóvenes antifranquistas (1965-1975), acompañado de Antonio Navarro, responsable del prólogo de esta obra histórica.

Había mucha expectación por escuchar al autor del ensayo, ya que los asistentes prácticamente llenaban el local y el vasco, no defraudó. La explicación de la redacción del libro; la historia de esa década de oposición al franquismo (1965-1975), protagonizada por diversas organizaciones juveniles; resultó cautivadora por su forma y de mucho interés.

También la manera de contarlo: su ritmo, su estructuración precisa y adecuada, por la buena coordinación entre las experiencias vividas, que interpelaban a algunas de los asistentes; la objetivación del proceso histórico y, por último, la enunciación pausada y la distinguida singularidad de su modulación, crearon un ambiente muy literario para una fría tarde de febrero.

En el comentario sobre el desarrollo y la estructura de las posiciones que se fueron presentando, no se eludió el reconocimiento de la ingenuidad, del voluntarismo y la generosidad de los participantes; así como de las fortalezas, las debilidades, los errores y los aciertos en los distintos momentos de las diferentes organizaciones. Respecto de esa actitud de reconocimiento me pareció percibir la aceptación por parte del historiador, y correspondiendo a la misma actitud de los protagonistas que describe, de la existencia de subjetividades, de formas de conciencia, con niveles relativamente altos de racionalidad y transparencia.

Por ejemplo, de algunas actitudes erróneas que describió en el momento de la explicación, me pregunté cuáles se debían a errores de decisión, y cuáles pudieran corresponder a las mediaciones sociales en las que se desenvolvían. Así, hubo tiempo para la reflexión, en el reconocimiento del carácter erróneo en la aceptación de estructuras conceptuales ya construidas: marxismo, maoísmo, trotskismo, etc., en lugar de desarrollar concepciones propias.

Esta constatación plantea hoy todavía el supuesto actualmente discutido en algunos lugares que supone la acción política como la acción de una conciencia individual o colectiva que apela al concepto tradicional de deliberación racional, en primer lugar. Pero también, por último, que el supuesto de los saberes preexistentes era asumido como un lugar común.

Las referencias a las teorizaciones tradicionales desde Platón a Espinoza, de Aristóteles a Hegel, Hobbes, Marx, etc., eran omnipresentes. Ahora recuerdo sólo una excepción de aquellos años. En el último, de los «Tres estudios sobre Hegel» recopilados en 1963, Skoteinos o Cómo leer a Hegel el oscuro, dice en uno de los párrafos finales su autor, T. W. Adorno: «Quien juzga lo que considera impugnable, sea arte o filosofía, desde presupuestos que no tienen cabida en ello, se comporta de manera reaccionaria aunque jure sobre lemas progresistas» (Akal, OC 5, p. 343). Más recientemente (2011), Anne Sauvagnargues lo dice más radicalmente en la presentación de varios trabajos póstumos de Françcois Zourabichvili (La literalidad y otros ensayos sobre arte, Ed. Cactus): «el sentido no es un asunto de significaciones precedentes, sino que se pone en juego cómo acontecimiento»(p. 31).

Vencedores y vencidos

Otra característica que me llamó la atención, con motivo de la intervención de Julio Virseda, fue el uso de la categoría «hijos de los vencidos». Que no pudieron tener un papel muy relevante en los grupos a los que se refiere el libro, y con los que Eugenio del Río se trató de disculpar por no haber comprendido entonces las dificultades a las que estaban sometidos.

Pero la categoría es paradójica. ¿Había hijos de vencedores e hijos de vencidos? Si se admite eso, la Guerra 1936-39 deja de entenderse como un asalto a la República, es decir, a la democracia, y equipara a los bandos en el plano de la legitimación. Y, además, transforma el contenido del libro. Pues si fundamentalmente las organizaciones juveniles antifranquistas estuvieron formadas fundamentalmente por hijos de los que no se reconocían como vencidos, se puede pensar más transformación del franquismo desde parte de sus presupuestos, desde dentro, que como una propuesta de cambio real de la gramática del poder franquista.

Claro. Los hijos de los que se consideraban «vencidos» arrastraban de casa tal dolor soterrado y tanto miedo heredado que no podían tener un momento de distracción, o perdían las ayudas y las oportunidades. Y para ellos la militancia era especialmente peligrosa. Para los hijos de los que se consideraban «vencedores», la militancia no era tan arriesgada. Tenían otro horizonte, tenían segundas oportunidades, muy frecuentemente avisos previos a las redadas, y siempre interpretaciones benevolentes de sus actitudes de «protesta».

En su presentación Eugenio del Río insistió en cómo la violencia envilece a quien la ejerce. Es notorio en los que se percibían como vencedores. Todos fuimos perdedores, si no estrictamente «vencidos». Todavía se nos nota.

 

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