El cambio climático y las estaciones

La ardilla Quilla y su calendario

Albacete Cuenta

Corría el mes de enero, que debía ser el más frío del año, pero la ardilla Quilla estaba tomando el sol en un claro del bosque. Hacía calor y empezó a tener sed, aunque el riachuelo quedaba demasiado lejos para ir.  Quilla decidió esperar a la llegada de La Candelaria:  -¡Voy a ver si «plora» y el invierno está «fora»- dijo y sí, el 2 de febrero llovió y Quilla bebió. Pero el agua duró poco porque al día siguiente llegó San Blas: – «La cigüeña verás»- dijo con una cigüeña sobre la palma de la mano. La soltó para que volviese a su nido en la torre, justo el mismo que hizo el año pasado.  Un perro buscó la sombra de esa torre, mientras entraba de lleno «febrerillo el loco», pero en modo verano. Oye, ¡qué cosas!

Siguió sin llover y Quilla sin apenas beber. La ardilla pensó en pedirle agua al pastor Aitor. Resulta que Aitor había hecho un pacto con el mes de marzo para que este lloviese bien y no helase, así saldrían pastos abundantes para su rebaño de ovejas. Pero a cambio, tendría que darle a marzo su mejor cordero.  Marzo cumplió su parte y en su día 30 le recordó al pastor: -¡me tienes que dar el cordero prometido! Aitor, que era la oveja negra de los pastores cumplidores, le contestó a marzo que ya no le daba el cordero, que total por un día que le quedaba al mes…  Marzo le contestó airado:- ¡Con un día que me queda y otro que me va a prestar mi hermano abril, no he de dejar oveja en tu redil! Y empezaron ventiscas con úrgura y cellina tales que las ovejas casi se morían de frío y de hambre. Aitor clamó al cielo: -¡marzo, “marzueco”, déjame siquiera una oveja para el morueco!-

Tan castigado quedó el pastor que ni siquiera atendió a la ardilla cuando se le acercó a pedirle el agua. Quilla no insistió y pensó en que abril trajese sus aguas mil. Pero en vez de mil,  fueron solo ciento y el animal seguía sediento. Los amigos de Quilla se juntaron con ella y la llevaron hasta Teodora, una rana solidaria con cantimplora. Como un buen anfibio no tenía pelo y además ya no le hacía falta. Teodora se había tenido que quitar el sayo antes del cuarenta de mayo, asfixiada de calor.

Al fin llovió en junio, y al ser lluvioso anunció un verano caluroso, -¡Horror!- dijo Quilla a sus amigas las abubillas:  -Nos volveremos a quedar pronto sin agua-.

Pasó el mes de julio,  más cálido de lo que ya solía ser, y cuando ya empezaban a acortar bastante los días, después de la virgen de agosto, llegaron unas tormentas tan fuertes que arrastraron todo a su paso. La ardilla, asustada, trepó a lo alto de un pino para refugiarse en compañía de su amigo el búho Paco. Esta vieja y sabia rapaz nocturna le contó a Quilla que nunca había visto a marzo mayear sin que después mayo marcease,  ni tampoco que casi toda la lluvia del año cayese de golpe en septiembre.

Además, la tromba de agua arrastró el suelo que había quedado indefenso, porque casi todo el bosque que lo protegía se quemó en un voraz incendio provocado por una persona descuidada.

Paco, preocupado por estos desastres,  le dijo a Quilla que,  cuando él era pequeño, al llegar el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, su madre Pilar le contaba este refrán: «Los Santos: la nieve por los altos; 30 de noviembre San Andrés: la nieve por los pies; y 13 de diciembre Santa Lucía: la nieve por la rodilla».  -Pues chica-, dijo el búho Paco, ahora, ni nieve ni nada.

Pero, ¿qué estaba pasando para que todo fuese tan horrible? Quilla y Paco no lo entendían porque ellos no habían hecho nada mal.  Entonces, miraron hacia fuera del pequeño bosque y vieron a lo lejos autovías llenas de camiones y coches con sus tubos de escape apestosos. El cielo estaba surcado por varios aviones comerciales que lo rasgaban. Incluso cerca del bosquete las chimeneas de una gran fábrica vomitaban mucho humo negro.  ¡Estaban echando montones de gas dióxido de carbono a la atmósfera, que es tan delgada como la piel de una manzana! Este gas a mogollón causa el efecto invernadero y desencadena el cambio climático de nuestro planeta: se va calentando cada vez más de deprisa y el clima se está volviendo loco.

¿Qué podrían hacer los dos amigos para solucionarlo? No lo sabían,  porque los humanos, que se supone que eran más listos que ellos,  lo habían intentado, pero con poco esfuerzo y menor éxito. Recordaron entonces la famosa frase de Martin Luther King: «Aunque supiese que mañana se acaba el mundo, aún plantaría un árbol». Así que, con la ayuda de Ana en la Biblioteca de la Escuela Ingenieros de Montes de Madrid y con el apoyo de los agentes medioambientales de Albacete, terminaron el año sembrando todas las semillas forestales que pudieron para recuperar los árboles del bosque.

Y cuento contado, ¡cuento acabado!

 

Albacete, 26 de febrero de 2024.

Francisco Javier Carmona García

Dr. Ingeniero de Montes

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