A la salida de las clases de Español para la Integración de Personas Migrantes que ofrece la Asociación para el Desarrollo Sostenible y Social de Albacete, algunos compañeros ironizaban conmigo por haber tenido la debilidad o el capricho de enredarme durante muchos años en la lectura de algunas obras de Th. W. Adorno (Frankfurt, 1903-1969). Con cierta sorna comentaban la ocurrencia de haber elegido precisamente a este autor, del que era conocida su complejidad expresiva y, tal vez, la dificultad de su críptico contenido.
Tomemos un ejemplo. En la traducción del libro Negative Dialektik (1966) de la editorial Taurus de 1976, Dialéctica negativa, en la página 53 se cita la frase: “Los únicos pensamientos verdaderos son los que no se entienden a sí mismos”. La misma frase es traducida en la edición de Akal de 2008, en la página 54, como: “Verdaderos son solamente los pensamientos que no se entienden a sí mismos”. Así que tenemos dos traductores diferentes con formas lingüísticas distintas, muy parecidas, y con un significado que se nos presenta como equivalente.
El problema es lo que pueda significar esta frase, porque, tal vez, contradiga nuestra forma de utilizar el verbo pensar. Se supone que nosotros pensamos para aclararnos con las cosas, con un determinado ámbito de ellas, quizá para saber cómo deberíamos proceder con ellas, para saber a qué atenernos o para tratar de imaginar cómo podríamos comportarnos con respecto a ellas. Pero claro, la frase nos insiste en que para saber cómo arreglarnos con las cosas, los pensamientos “verdaderos”, los que no se entienden a sí mismos, será difícil que nos sirvan en esta tarea. ¿Tendríamos que contar mejor con los pensamientos “no verdaderos”? Esto para mí se pone difícil. Parece que tengo que conceder, y sufrir, esa risa disimulada de mis compañeros. Lo tengo merecido.
Pero ya se sabe que en algunas cosas soy bastante tenaz. ¿Podré encontrar algo que alegar para, un poco, salir del paso? ¿O tendré que rendirme y limitarme a que la lectura de esos textos se convierta en una actividad secreta, casi deshonrosa? Hay que seguir intentándolo, no me rindo. A ver qué se puede sacar.
Pues bien, esa frase se refiere al enunciado:
Wahr sind nur die Gedanken, die sich selber nicht verstehen. [Band 4: Minima Moralia. Reflexionen aus dem beschädigten Leben: Monogramme. Theoder W. Adorno: Gesammelte Schriften, S. 2024 (vgl. GS 4, S. 218)]
En la edición de Taurus de 2001 (pág. 192) y en la de Akal (pág. 199), que son del mismo traductor de esta obra, cuyo original se publicó en 1951, la traducción que figura es: Solo son verdaderos los pensamientos que no se comprenden a sí mismos. La misma expresión figura en la página 259 de la traducción de Akal de 2003 de un artículo publicado en 1958 que se titula Erpreßte Versöhnung, Reconciliación extorsionada. Pero no parece que se gane mucho de una traducción a la otra. El verbo alemán verstehen tiene muchos usos y significados, unos literales y otros figurados, como los verbos con los que se le puede traducir en castellano, según los diferentes contextos. A saber: entender, comprender, saber, captar, concebir, oír y percibir.
Lo que pasa es que entre comprender y entender sí hay diferencias, y en algunos significados no son intercambiables. Por ejemplo, se puede decir que Castilla-La Mancha está comprendida en España, y que España no está comprendida en Europa, ya que hay parte de España en el continente africano. En ese significado no se puede usar el verbo entender.
Pues bien, lo que quiere decir la frase es que los pensamientos verdaderos son los que no están contenidos, comprendidos, en sí mismos. Las proposiciones analíticas de las matemáticas, de la lógica, no son ni verdaderas ni falsas. Son deducibles o no de unas convenciones del lenguaje y de unos principios aceptados de deducción. Como creo recordar que un día escribiera Albert Einstein: si una proposición matemática es verdadera (deducible), no se refiere a la realidad, y si se refiere a la realidad, entonces no es deducible, verdadera. Claro, nadie ha visto en la realidad, por ahí, detrás de una esquina, ningún triángulo equilátero.
Por ejemplo, vamos a pensar en el arte. ¿Para qué puede servir una teoría del arte autocontenida? Hay una práctica artística, músicos, escultores, escritores, pintores, etc. Si no nos referimos a ellos, explicamos su evolución o fracasamos en ello, describimos sus presupuestos, o no logramos acertar del todo, etc., nuestra teoría no es ni verdadera ni falsa. Además necesitamos que la desmientan, porque nuestra teoría no está pensada para durar siempre. El núcleo temporal de las teorías, del pensamiento, es ineliminable. Y le correspondería una noción de arte, como por ejemplo de la música, como, aproximadamente, canon de evoluciones con sentido. Al igual que la poesía o la pintura. Esta forma de concebir el objeto arte, y esta forma de concebir los pensamientos verdaderos se corresponderían y no se podrían desligar.
Pues eso, que a lo mejor el pensamiento de Adorno ni es tan críptico ni habla de cosas demasiado raras. En un artículo de 1962, A propósito de «Observaciones sobre el arte del poema» de Wilhelm Lehmann, con el que Adorno se identifica, no se trata, en contra de lo habitual, de establecer alguna tesis, ni de imponerle a alguien alguna reflexión, sino más bien de buscar la concreción en la interacción de los momentos de un determinado problema, es decir, de buscar la justicia. (Notas sobre literatura, Akal, pág. 646). Tal vez sea eso, buscar la justicia, lo que nos concierna. Y quizá lo haga de manera determinante.
Pero el argumento seguido hasta aquí no nos puede dejar satisfechos. Consistiría prácticamente en disolver los problemas de comprensión de expresiones, de su contenido, en las dificultades y en las imprecisiones de los siempre esforzados procesos de traducción de los textos. Como una manera de salir un poco del paso, pero no demasiado. Así que considérese de nuevo la traducción inicial. Los únicos pensamientos verdaderos son los que no se entienden a sí mismos. ¿Esto por qué tendría que ocurrir y por qué ocurriría siempre? Si así fuera, sería difícil y extenso de explicar, y de alguna forma alteraría el uso ordinario que se hace de algunas palabras, como antes se ha indicado de alguna manera.
Sólo por sugerir cómo podría ser razonable una expresión tan paradójica, se apuntaría a considerar que ese individuo, ese sujeto, que elabora los pensamientos tal vez no sea tan transparente a sí mismo como habitualmente se supone. Por ejemplo, ¿ese sujeto, previamente constituido, tiene deseos, o los deseos lo desbordan y lo contienen a él? Nos podemos acordar de Pascal: El corazón tiene razones, que la razón no conoce. Y en alguna medida, el sujeto y la razón, la racionalidad, estarían inseguros, en permanente discusión. Así que pensamientos claros, precisos, no corresponderían a la realidad de nuestra experiencia. Exactamente igual que el orden concreto del mundo en el que vivimos. La complejidad de los sujetos, de la racionalidad en su permanente rehacerse, harían casi imposible que se pudieran entender los pensamientos verdaderos.
En el fondo, las dos formas de traducción que se han considerado no estarían tan distantes, tan alejadas. Y la imposibilidad de entender a la que antes se aludía apuntaría no a una limitación constitutiva, sino que configuraría un estímulo a la posibilidad de conjurar esa imposibilidad. Una invitación a tratar de cambiar, a transformar, esos sujetos existentes con sus deseos, esa limitada racionalidad, y ese orden del mundo existente que provoca dolor y que en el fondo hace necesarias asociaciones como esta en la que participamos y la actividad que desarrollamos de atención a las personas migrantes. Es decir, una invitación a la política.