Álvaro Ruiz-Risueño Montoya, médico de Albacete se subió en un avión rumbo a Zway en Etiopía, un lugar en el mundo tan alejado como tantos otros que a diario mencionamos en los medios de comunicación. África es grande, muchos espacios, muchos países, muchas necesidades por cubrir. Como las que este joven médico manchego se decidió a afrontar. No iba solo, se integró en un proyecto de largo recorrido para que su trabajo no se quedara en papel mojado. María y Álvaro son dos residentes de medicina familiar y comunitaria con intereses especiales, se le supone la única motivación, ser profesional y ser buena personal, tener interés en la cooperación internacional y lanzarse a proyectos de voluntariado cada vez que se les pone por delante.
Zway tiene 60.000 habitantes, una ciudad de la región de Oromia, en el centro de el país. ¿Qué sabes de Etiopía? Probablemente lo mismo que yo, o que cualquiera, los tópicos del cuerno de África mal aprendidos salvo por algún conflicto ocasional o para recordar hambrunas y pobreza. Pero son lugares donde suceden muchas cosas, donde suceden historias realmente interesantes a gente de aquí, como tú y como yo.
Por desgracia, a los jóvenes médicos como a ellos se los rifan para proyectos a lo largo y ancho del Mundo. Tantas son las necesidades por cubrir. “La razón que nos mueve a realizar el voluntariado es la de estimular a la gente a prosperar, a que comprendan que pueden salir de la miseria e influir positivamente en la sociedad”. De hecho Álvaro y María han participado en otras experiencias de colaboración.
«Nicaragua fue mi primera experiencia. María había estado en Bolivia. La experiencia en Nicaragua me permitió reflexionar sobre mi vocación de médico y mis posibilidades de futuro. El trabajo que realizamos en Nicaragua fue más divulgativo, orientado a la educación sanitaria. Allí descubrí lo que es la pobreza, pero ha sido en África donde he comprobado que la miseria existe», comenta Álvaro.
Recursos para crear libertad
Alvaro y María explican que su intención era “participar de un proyecto de desarrollo continuado”. Con Las hermanas salesianas en Zway, se hace de la promoción de los niños y jóvenes su principal objetivo: “dar recursos para crear libertad”.
Como cualquier no iniciado me intriga conocer cómo se prepara un joven médico y no deja de ser irónica la frase de Álvaro: “mientras estudiaba la carrera recuerdo que algunos de los temas de dermatología, pediatría e infeccionas los pasábamos de largo con la frase esto no lo vereis nunca, ya que aparece únicamente bajo las peores circunstancias de salubridad que os imaginéis”.
Adecuar cuerpo y mente a la falta de acceso a agua corriente, letrinas, camas, calzado, preservativos, vacunas y a la malnutrición (Alvaro insiste en recordar que es real, existe. Un niño malnutrido merma en su desarrollo físico e intelectual). Este tipo de detalles les obligaron a revisar múltiples temas, recopilar bibliografía y tragar saliva. Se pusieron en contacto con las Hermanas para conocer el trabajo y las necesidades de proyecto.
Ellas les solicitaron productos básicos como leche en polvo (Hero, por ejemplo, les rebajó los precios), calzado y material sanitario. El trabajo empezó antes de tomar el avión: una colecta de dinero entre familiares y amigos, recogida de medicamentos de sus centros de salud y algunas donaciones de instituciones.
El proyecto se centraba en la maltnutrición que comenzó debido a la situación de hambre crónica que sacude a la zona de Zway y que sigue las directrices de la Organización Mundial de la Salud, OMS, donde otros voluntarios, hermanas salesianas y mujeres etíopes participan activamente para que el alimento llegue a unas 100 familias que se encuentra en situación de pobreza extrema.
Los médicos desplazados vigilaban a 30 niños que permanecían en el edificio desde las 8 de la mañana a las 4 de la tarde, seleccionados por cumplir criterios de gravedad y que permanecerán en el proyecto durante meses hasta asegurarse de su curación. Pasaban consulta, además, a cualquier persona.
Africa te atrapa en un día normal
“Nuestro día a día era con una parada para comer de hora y media, permanecer en el Feeding (proyecto de nutrición) desde la mañana hasta las 4 de la tarde, revisando a los niños, la gente de fuera y ordenando el material de la clínica. De allí íbamos al patio de la Misión a realizar actividad tipo campamento de verano con las 400 niñas de entre 2 y 15 años que acudían.
Alvaro, debido a su pasado en la cantera del baloncesto de Albacete, estuvo entrenando a un grupo de niñas. Pero también había bailes, cánticos, danza.
Sin rubor afirma Álvaro que las personas son las responsables de que África atrape, “no hay nadie con el que hayamos compartido una mirada que no acabase en sonrisa”. Personas agradecidas por su labor, les enseñaban sus costumbres, idioma y cultura. “Te invitan a la ceremonia del café o bunna dentro de sus casas y te permiten conocer a su familia”.
La bondad del que menos tiene
Los vulnerabilidad de los niños en África debido a las condiciones de salubridad, a la presencia de malaria, enfermedades tropicales, a la falta de escolarización o de una educación de calidad, a la desnutrición hace que las perspectivas de salud sean totalmente distintas a los criterios de calidad que nos exigimos en España. Los derechos de la infancia no se cumplen y la esperanza de vida que se supone cerca de los 63 años no la hemos visto. Los madres nos entregaban a niños desnutridos, sin exigirnos nada, únicamente querían que hiciésemos lo que estuviese en nuestras manos para mejorar o su hijo.
Una de las anécdotas que relata Álvaro nos hace entender la situación de los niños y su bondad: “Un compañero nuestro invitó a su grupo de clase a comer una hamburguesa. Los niños no sabían cómo debían comerla y esperaron. En cuanto vieron que otra persona cerca de ellos no tenía comida le daban raciones”. Esa persona que no tenía ración de hamburguesa era el camarero.