Tengo un compeñero de trabajo que se llama Paco que, con sorna, buen humor manchego y cierta ironía, suele sacar como tema de conversación la muerte.
Al principio sabía que estaba de broma. Ahora, cada vez que va a aparecer el tema, los dos nos tronchamos de risa incluso antes de que lo mencione porque sabemos, a ciencia cierta, que terminaremos hablando de la muerte aunque hayamos empezado hablando del tiempo, de las elecciones sindicales o de nuestros abuelos zapateros.
Hablar de la muerte en España es siempre divertido, siempre que no lo hagas de las muertes de seres queridos. Hablar de la muerte de uno mismo es un sinsentido muy enraizado en nuestra cultura, de quienes tienen buen humor.
La muerte, la muerte, la muerte.
Muchos niños pequeños te preguntan así como sin querer: «¿Papá, cuándo te vas a morir?» Y tú siempre dices algo inteligente cuando lo normal es decir: hijo, no tengo ni idea, hoy, mañana, en veinte años.
Esto en sí mismo debería ser una lección de vida para cada uno de nosotros pero lo olvidamos a diario, lo olvidamos incluso quienes hemos sufrido los golpes trágicos de la vida. Es decir, la muerte de seres queridos.
Cada año tengo que esforzarme por recordar la fecha en que Nacho se largó porque cada año se hace más lejano en la memoria.
Pero tengo mi diario, tengo Internet (que me sigue recordando que no hay olvido en el siglo XXI), tengo las fotos y tengo un esfuerzo tremendo por no ver cómo se diluye en mi memoria la muerte del hermano pequeño de mi mujer.
Ha pasado tiempo, cuánto tiempo ha pasado. Pero me da lo mismo. Siempre pienso igual: se está perdiendo tantas cosas, mis hijos, sus sobrinos, el asqueroso momento que pasa la prensa española (porque él iba camino de ser un buen ‘plumilla’), discusiones con su cuñado, peleas con sus hermanos a la hora de comer en Navidad: quién friega, quién pone la mesa, quién recoge, las gambas mejor cocidas que a la plancha.
El dolor se ha suavizado porque el cuerpo es inteligente, pero el calendario es testarudo, golpea una y cien veces y determinadas imágenes trágicas que nos contaron desde la policía vuelven a aparecer; así como situaciones que jamás olvidaré de incompetentes trabajadores de seguros, egoístas administradores de la Universidad de Málaga que no hacen sino empañar su recuerdo y su memoria.
Pero me los sacudo rápido, aunque no los olvido.
No me olvido del calor que me dieron y cómo me arroparon mis amigos y mi familia, porque no había manera de superarlo de otra manera.
No me olvido de él y cómo se reía de mí porque no sabía apreciar en su plenitud La Guerra de las Galaxias.
No me olvido de que siempre se esforzaba por defender a las personas, a todas las personas.