Café con gente importante y pagando ellos.
No es tontería, no. No es cosa de broma.
Un café con leche cuesta y a 200 pesetas, ¡1,20 €! ¡200 pesetazas! Algo más de lo que cuesta el paquete de café del Día o de Paquillo, si nos ponemos chovinistas.
Te sientas en la mesa y les sugieres tarjetas black, un trabajillo ‘pa ti’, o ‘pa mi primo’, una prebenda, unos milloncejos, o una plaza en la Diputación (soñar y pedir es gratis).
Pero nada.
Apenas un cafelico.
Café con leche aguado.
Porque durante estos años, los políticos profesionales han aprendido a ser precavidos. Sacan un par de monedas de su bolsillo y te dicen: «Trabajaré».
Yo, con un café, voy más que servido. Me dejo engatusar por cualquiera. Siempre pienso «éste es bueno». Lo pienso de verdad.
Hasta que llego al lapicero, al teléfono para contrastar, al chismorreo para indagar y a los actos de cada uno, para retratar.
Pero el café gratis no me lo quita nadie.