En fechas recientes escuché en un programa de radio que Xavier Cugat sellaba tratos con la mafia con un sencillo apretón de manos. Según él «tenían más validez que contratos en papel suscritos con políticos». Lo dijo en su Emisión Pirata el locutor del mismo nombre al respecto de un compromiso incumplido de un gobierno X.
Al cambiar de signo, el Pirata perdió el dinero, el contrato y la fe. Lo mismo le ha sucedido al cantante Robe Iniesta de Extremoduro, ha perdido una subvención pactada. Son esas subvenciones que según quién las reciba duelen o pasan inadvertidas: no es lo mismo un sindicato que un club de esgrima, no es lo mismo un club de lectura infantil que un empresario multimillonario, no es lo mismo un grupo de adolescentes para montar una exposición cultural que una asociación de emprendedores.
Hace pocas semanas se coló el deporte en el mundillo político manchego. El deporte que tiene poder, los demás son tan minoritarios que ni pueden ni deben quejarse. Sin ir más lejos, el responsable de un equipo deportivo de la capital me dijo que sus partidos parecían una tómbola: «¡Rifamos de todo para conseguir dinero!». (Algunos clubes recurren a las rifas tradicionales para poder mantener…se y que siga habiendo deporte… minoritario).
Esos mismos que no pueden colarse en política.
La palabra de un político vale lo que vale la persona. Depende mucho, pero mucho.
Si eres minoritario, mejor callar que ser desterrado. Si eres poderoso, puedes levantar la voz al mismísimo presidente de la Diputación, a un consejero o a un alcalde. Si eres una asociación o club de subvención bochornosa, lagrimeas por las esquinas y criticas a la hora del café. Llamas a familiares, amigos y aspirantes, para que te ayuden gratis o poniendo dinero… es para los niños del deporte base… para una exposición cultural… un concierto… o una obra de teatro.
Mientras, la voz de algunos políticos suenan con el mismo tono lastimero. Puede que un día incluso te digan: «No fue culpa mía. Hice todo lo que pude. Me gusta ser fiel a mi palabra».
Tú, ya habrás olvidado el tiempo, el sufrimiento, las horas perdidas y los ahorros invertidos. No recordarás el rencor. Solo rememorarás la vieja frase de Xavier Cugat que te sacará una sonrisa sincera que nadie podría comprar ni con la promesa más erótica.