¡Que lo humano sea su nombre!
La obra de arte perfecta deja un material transformado, e impone
al autor posterior nuevas exigencias que se traban con las suyas
propias, subjetivas, en el momento de producir la obra nueva.
Th. W. Adorno. Obra completa, 20/2. Akal. 2014. Pág. 782.
Como si este fragmento de un escrito desechado de 1935 nos pudiera servir, también,
como una guía para orientar el diálogo visual con los trabajos plásticos presentados
por Juan Miguel Rodríguez en este catálogo, correspondiente a su exposición en el
mes de junio de 2016 en la Librería Popular, así como con los textos poéticos de
Joaquín Belmonte que los acompañan.
El hilo conductor pudiera ser la decidida y tenaz insumisión del material, pictórico y
también verbal (las palabras dirán; su azul que no quiere ser gris, etc.) a la simple y
limitada intención subjetiva de los autores, de éstos y de todos los futuros. Eso se
puede percibir en las tres propuestas de los trabajos que se dedican al Sol. Casi una
referencia al Action Painting, pero con la evidente tensión hacia lo figurativo y hacia la
riqueza cromática.
O en la serie paisajística, donde los materiales, el carbón, con sus distintos niveles de
difuminación, y el uso más o menos acentuado del color, son los elementos más
determinantes, en la afirmación de sí mismos, como conformadores de la percepción
del aparente mismo instante.
O en los bodegones, tal vez la primera reacción en la historia del arte a favor de la
autonomía estética, donde los materiales imponen desde el respeto al forzado
claroscuro inaugural hasta la descomposición cromática característica de otros
intentos anteriores; eso sí, pasando por esa interesante cita de los recursos cubistas y
del cloisonismo. O en los membrillos, donde las imposiciones al material, incluso las
más recientes y notorias, se muestran asumidas, y, de alguna forma, se trascienden.
Se trascienden en ese mismo sentido con el que el contenido del componente humano
que se muestra, oprimido, desgarrado, pero dignísimo en su humildad, expresa
inconteniblemente su insaciable sed de libertad.
¿El hombre es ya su nombre? Que la obra,
Ella, se ahínque y dure todavía
Creciendo entre virajes de zozobra.
¡Con tanta luna en tránsito se alía!
Vida extrema. Jorge Guillén. Cántico (edición de 1950).