El fin de semana no fui al congreso del Partido Popular.
El fin de semana no participé en el Congreso de Podemos.
El fin de semana no fui a ver a Susana.
Podría hablar de ello solo mirando las redes sociales y haciendo un poco de sangre por aquí y un poco por allá. Me han llegado suficientes guasaps y tuits como para llenar la web entera.
Pero lo que sí he hecho ha sido ir al cine a ver La La Land, La ciudad de las estrellas. Algo que en España habríamos titulado El país de las gominolas. Sí, fui a verla y salí danzando con mi señora santa y mis dos infantes.
No sé claqué, no sé tocar el piano y desde que salto los 40, bailar bailo sin mover los pies. Pero en mi ciudad, en mis calles, es lo que veo: una ciudad de chocolate, caramelo, gominolas y colores chillones.
¿Qué quieres que te diga? ¿Que me salto los problemas y no soy realista? Tranqui, si hay problemas, tocarán a medianoche en la puerta de casa, a golpes, a traición. Lo sé de sobra. Pero mientras, me van a pillar bailando en el Parque Lineal, mientras vengo del centro comercial de trenes.
Podría hablar de muchas cosas pero me apetece dar abrazos porque hemos pasado el día de los enamorados y como no me llega el dinero para comprar cosas a todo el mundo, pues regalo abrazos internautas. Con sonrisa incluida, ¿te parece moñas? Mala suerte para ti.
Porque podría meterme en Twitter, elegir al azar a alguien que me cayese mal y sacudirle, sin miedo, como si Internet fuera anónimo, como si las palabras se las llevara el viento.
En vez de concentrarme en lo que de verdad importa: el mundo de gominolas, la ciudad de estrellas por la que camino, y a veces bailo, con una sonrisa bien hermosa en los morros.