Hasta ahora hemos vivido y construido sociedades atomizadas y fragmentadas, donde cada uno va a lo suyo, y donde los intereses personales priman sobre los intereses sociales. Una de las oportunidades que esta crisis encierra, es que puede permitirnos avanzar significativamente hacia la construcción de eso que llamamos «bien común».
Algo que no significa lo mismo para según qué personas, y que ahora tendríamos que tener mucho más claro. Sobre todo, porque estamos experimentando las consecuencias de lo que no es el bien común: cuando perseguimos intereses corporativos, cuando lo que prima son los intereses económicos, los intereses de los más poderosos, que no tienen nada que ver con lo que debería ser el bien común. Vivimos en un vacío moral, del que nos habla Tony Judt, en su célebre libro Algo va mal.
Pero ese vacío moral no es resultado de valores y principios no compartidos. Es una falta de Ethos, como señala Victoria Camps. La ética es la voluntad de aplicar unos valores. De hacer «lo que se debe hacer» en coherencia con esos valores. No nos faltan valores, nos faltan maneras de ser y de comportarnos de manera coherente con los valores y principios que todos defendemos. Con los valores democráticos y con los principios propios de un Estado de Derecho que todos sabemos muy bien cuáles son. Tenemos muy clara la teoría, pero hemos sido incapaces de llevar esos valores y principios a la práctica. Son valores y principios reconocidos desde la modernidad: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Son la base de los Derechos Fundamentales, que dan lugar a los Derechos Civiles y Políticos (derechos de la libertad) y a los Derechos Sociales (derechos de la igualdad). Los derechos de la fraternidad, en cambio, no han sido desarrollados.
El valor de la Fraternidad ha sido eclipsado, por falta de voluntad para priorizar estos valores de la modernidad. La Fraternidad es el único valor que puede permitir que Libertad e Igualdad funcionen a la par. Porque no puede haber libertad sin igualdad. Dicho de otro modo: los menos iguales no pueden elegir, tienen menos libertad.
Para que haya más igualdad (derechos sociales) tiene que haber más intervención pública, porque sólo el Estado puede hacer que una sociedad desigual sea más equitativa. Las personas no podemos hacerlo (podemos hacer caridad o ayudar al vecino) sólo al Estado compete la posibilidad de la justicia y la equidad (redistribución).
La redistribución de riqueza es difícil por el triunfo de la ideología liberal que da absoluta primacía a la libertad individual, anteponiendo el interés individual al bien común. Por eso es tan difícil redistribuir la riqueza. Pero la crisis financiera ha hecho crecer las desigualdades y agrandado más aún la brecha social. Por lo tanto, lo que esta en crisis es la igualdad, es la justicia redistributiva. Las necesidades crecen, aparecen nuevos problemas sociales, las democracias de extienden (mejor o peor) y los gobiernos han tenido cada vez menos disposición para hacer frente a esas necesidades.
Por eso, debemos tener muy claro que la desigualdad afecta a la libertad, a la capacidad de escoger, afecta a la capacidad de hacer uso de las oportunidades que el Estado llega a ofrecer a todos. Eso se ve muy claramente en la educación y el fracaso escolar de los niños de familias más desfavorecidas, que no es que no sepan, es que no pueden aprovechar las oportunidades de educación porque tienen que atender otras necesidades más básicas.
La desigualdad afecta, por tanto, a la libertad, pero afecta también a algo aún más importante: a las condiciones sociales para la autoestima. Algo que, como dice Jonh Rawls, es uno de los bienes básicos que el Estado debe proveer a los individuos. La autoestima es la capacidad para proponerse un plan de vida y tener posibilidades de perseguir ese plan de vida. Cuando los individuos pierden la autoestima lo pierden casi todo. Porque la autoestima es el móvil, es la motivación fundamental para seguir actuando. Lo que tiene una base material importante. Y cuando las condiciones materiales no se dan, todos los demás derechos quedan en papel mojado. La libertad no es real sino ficticia. Por eso hay que poner en el centro las exigencias éticas de la justicia. Y la justicia solo se vehicula a través de políticas públicas. A través de políticas que quieran llevar a cabo esa exigencia.
Habíamos señalado antes que sólo la Fraternidad puede asegurar y permitir que Libertad e Igualdad funcionen simultáneamente. Pues bien, la Fraternidad tiene que ver con el cuidado. Un valor nuevo de igual importancia que la justicia, pero que hasta hace poco no ha sido considerado ni desarrollado como derecho.
El valor de la justicia compete al Estado. El valor del cuidado nos compete a todos. Para que el cuidado se lleve a la política es preciso construir lo que Joan Tronto llama una “democracia cuidadora”: una democracia que sabe detectar necesidades y repartir responsabilidades.
De democracia cuidadora hablaremos mañana.