Hace poco en el muy famoso libro de 1972, publicado en España en 1973 por Barral, titulado El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, de los autores Gilles Deleuze y Felix Guattari, reencontré en su página 356 la siguiente referencia, más o menos:
Cada forma de poder se confunde con la violencia que ejerce por su carácter absurdo, pero no puede ejercer esa violencia más que asignándose fines y sentidos en los que incluso participan los elementos más sometidos: “Las formaciones soberanas no tienen más propósito que enmascarar la ausencia de fin y de sentido de su soberanía mediante la finalidad orgánica de su creación” (Pierre Klossowski, Nietzsche et le cercle vicieux, págs. 174-175), convirtiendo, de ese modo, lo absurdo en espiritualidad. Por ello, resulta vano intentar distinguir lo que es racional y lo que es irracional en una sociedad.
Al leer hace poco la novela inédita, de 1954, de reciente publicación (15/10/2020) de Simone de Beauvoir Las inseparables se puede tener la impresión de la operatividad de esa referencia. En la página 123 explicita la narradora:
Que una libertad pudiera emerger de forma imprevista era lo que negaban todos los credos de su familia.
En ese conservadurismo ultracatólico, protofascista, tradicional se convierte en espiritualidad, en destino trascendente, su arbitrario privilegio y su defensa de la absurda organización social en la que están instalados. Una cosa parecida puede encontrarse también, por ejemplo, en Nazarín y en Tristana, las novelas de Pérez Galdós. En ellas también el integrismo católico es decidido protagonista.
Y podemos pensar en el papel de la absurda ficción del integrismo católico en la práctica política de España, por ejemplo a partir del siglo XIX, en las reacciones frente a la Constitución de Cádiz, a los ciclos revolucionarios de 1830 y 1848, a la Primera República, etc., pasando por la sublevación de 1936, a los establecimientos de las leyes del divorcio, del aborto, de los matrimonios igualitarios, etc., incluso en las formaciones y las conformaciones vigentes de los partidos ultraderechistas (PP, C’s, VOX, y otros).
El poner medallas policiales a la Virgen de Fernández Díaz -después de que se le apareciese en Las Vegas-, el anteponer la reconstrucción de Notre Dame, como símbolo de cierta espiritualidad medieval, a los problemas de hambre en el mundo del alcalde Almeida, son solo muestras de lo que estamos contando para tratar de maquillar el verdadero objetivo. Especialmente en el empeño de destruir lo público y en la estúpida determinación de aferrarse por todos los medios a la defensa de las absurdas desigualdades vigentes, incluida la de la institución monárquica. No es una tarea difícil rastrear esos impulsos por espiritualizar la organización social arbitraria en las intervenciones de Ayuso, de Abascal, de Casado, etc.
Y luego lo de EEUU y de los otros países americanos que parece que va también de la mano de impulsos racistas, autoritarios, tradicionalistas y del integrismo evangélico. O como en la entrada de Jeanine Áñez en la Cámara boliviana el 13-XI-2019 con una gran biblia, no se sabe si de atrezo, por delante.
Una dificultad o deficiencia de este planteamiento que sugiero, es que tal vez transcurra en el limbo. Es decir, imaginemos que la indicación fuera razonable y que logramos darle verosimilitud, ¿tendría ello alguna eficacia contra las huestes de Trump, o de los que hostigan la vivienda de Montero-Iglesias, o de los que salen con los coches a defender los privilegios que la LOMLOE quiere limitar? Me temo que la respuesta es negativa. La única utilidad que podría tener sería la de abrirnos los ojos a nosotros, a los ya convencidos, para esclarecer nuestra sensibilización a las interesadas espiritualizaciones que tratamos de poner al descubierto. Aunque también a la larga, y con suerte, pudieran crear un clima que dificulte su desarrollo.
Y aún nos quedaría la duda de si, pese a que la espiritualización fuera la excusa explícitamente invocada para determinados comportamientos políticos, podría ser ella misma su causa eficiente. Parece que no, si atendemos a una sugerencia del prólogo de Marx a la primera edición de El Capital en julio de 1867:
En economía política la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado. La venerable Iglesia anglicana, por ejemplo, perdonaría de mejor grado que se nieguen 38 de sus 39 artículos de fe que el que se le prive de un 1/39 de sus ingresos pecuniarios. Hoy en día, el ateísmo es un pecado venial en comparación con el crimen que supone la pretensión de criticar el régimen de la propiedad consagrado por el tiempo.
Hay muchos testimonios. Por ejemplo, las infinitas fotos que pueden acompañar el verso del poema La aurora de Nueva York, del libro de García Lorca escrito al hilo de su visita a la ciudad en 1929-30, Poeta en Nueva York, y que dice así:
A veces las monedas en enjambres furiosos
Taladran y devoran abandonados niños.
Los ejemplos se pueden multiplicar. Como en la espiritualización del uso neoliberal de la palabra libertad, que se emplea indistintamente, como ya señaló M. Horkheimer en 1937 en el apéndice a su importante articulo Teoría tradicional teoría crítica, para designar tanto el interés de las personas por un desarrollo sin obstáculos y una existencia feliz, como al hambre de poder de los grupos dominantes. O también en el prólogo de 1967 de La crítica de la razón instrumental en el que presentaba la obediencia a algún Dios como la racionalización de cualquier tipo de dominio.
Con esta reflexión, queremos poner en marcha el pensamiento, no comunicar resultados.