Y encima el granizo cae en la casa del pobre...

El agua que cae en nuestra tierra

  • Imagen de Alberto Martínez Lorenzo - Sequía-trampa - Seleccionada por la Fundación Estudios Rurales y UPA

Miguel Ventayol

Salí a dar un paseo por el monte a comprobar el daño que el pedrisco y el agua habían provocado en la sierra de Albacete.

Después de una tormenta nada desdeñable y unas bolas de granizo como balines, la tarde se quedó tan calmada que mis pies me condujeron senda arriba como si el tiempo se hubiera parado.

Me calcé mis botas de montaña y unos calcetines viejos, no quería ponerme perdido de barro.

Comencé la ascensión pensando en las imágenes que daba tuiter de la pobre provincia de Albacete. Pobre y golpeada una y otra vez.

Comencé mi subida sin prisa, con la tripa llena de merienda de verano y los ojos puestos en el horizonte porque una mala nube es capaz de romperte la crisma, los cristales de las ventanas y la cosecha entera.

Esas nubes que podrían incluso hacer desaparecer el suelo bajo tus pies.

Todavía son muchas las personas que están rezando por la buena suerte que tuvieron en un tren de Alta Velocidad. Un tren que perdió el suelo.

Muchos dimos gracias a los dioses ayer por no tener otro Chinchilla, otro Santiago.

Muchos dan las gracias por lo que podría haber pasado.

Ahora algunos piden explicaciones de por qué el suelo desaparece bajo nuestros pies.

Llevaba media hora caminada y era incapaz de encontrar ni un charco, ¿habría sido un sueño de siesta de julio? No, seguro que no, mis ojos estaban bien abiertos a los truenos y mis oídos bien abiertos a las cristaleras.

La tierra de La Mancha, en este caso de Riópar, está seca, yerma y necesitada de agua. Pero agua buena.

La tierra absorbe todas y cada una de las gotas que caen porque lleva años de sequía. Podría estar diez años lloviendo y mucha de la buena tierra de la provincia de Albacete empezaría a aprovechar los rendimientos.

Pero el granizo cae en casa del pobre. Y el agua buena cae, bueno, no sé dónde cae el agua buena porque no soy agricultor.

La casa del pobre en Albacete es tan grande que el granizo y las malas nubes aciertan casi siempre.

Sigo caminando sin ver más charcos, aunque las gotas de las hojas de los árboles me aseguran que ha llovido. Agua hay, pero no cae donde tiene que caer ni a quien tiene que caerle.

La tierra coloca metáforas bajo los pies, procuro caminar sin dejar rastro, sin destrozar caminos; de eso ya se encargan otros…chaparrones.

Alrededor de un riachuelo veo hierbajos, brotes verdes que crecen, incluso algún anfibio que saluda descarado.

Procuro pasar de largo sin hacer ruido, vuelvo sobre mis pasos pensando en los pobres agricultores y sus cosechas; pienso en si recibirán alguna ayuda, algún dinero del seguro o alguna ayuda de sus vecinos y familiares. Pienso en el susto que debieron llevarse las personas que, transportadas por un tren de lujo, vieron como los vagones cedían a la tierra.

Entonces pienso en inmortalizar el momento; cuando quiero sacar mi móvil para hacer una foto no encuentro granizo, ni agua, ni charcos, sólo tierra seca, la misma tierra seca de siempre.

La tierra que nos da de comer, nos permite crecer, nos enseña a caminar, correr y saltar. La misma tierra que nos recibirá cuando se aproxime el final del camino.

 

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