Trabajar en el medio rural y ejercer la Medicina, te permite conocer personalmente a tus pacientes mucho mejor que en el medio urbano. Mientras en la ciudad, coincidir con un paciente al pasear por una calle resulta una casualidad, en un pueblo ese encuentro es obligatorio. Eso te hace vivir y conocer en primera persona, desde las costumbres familiares hasta la manipulación que sobre el pensamiento de la gente ejercen la Iglesia y las llamadas otrora «fuerzas vivas», de las que tradicionalmente el médico ha sido una de ellas.
En un pueblo, rigen los de siempre, y cada pueblo tiene sus “los de siempre”, esos que se perpetúan en el ejercicio de un poder nunca visible pero siempre presentes en la historia de un pueblo.
Tras las últimas elecciones municipales, el gobierno local en muchos pequeños pueblos de esta provincia pasó a ejercerse por el PP, y con él hemos asistido al reestreno en la escena pública de esas fuerzas, compuestas por: alcaldía, el cura, el médico y esos señores tradicionales de cada localidad. Ese poder invisible ha pasado de ser algo imaginado a convertirse en algo palpable.
El ejercicio del poder con mentalidad conservadora, ha propiciado que se recupere en muchos pueblos ese concepto de «fuerza viva». Basta un paseo por la geografía de nuestra provincia para descubrir que de nuevo esta viva esa sensación entre las gentes del medio rural, sobre todo en las fechas festivas como las de estos días. El cuadro se compone de alcalde trajeado y con vara de mando, cura con sotana, música eclesiástica en los altavoces, fuerzas del orden con sus mejores galas y los señores de siempre presumiendo de que la crisis no va con ellos.
Tienen la mentalidad que han tenido siempre pero ahora se muestran como demócratas de toda la vida. Ya no tienen pasado y hasta se permiten dar lecciones de democracia como si de algo que hubiesen mamado desde su más tierna infancia se tratara. Todo el mundo tiene derecho a evolucionar y sentirse demócrata pero les surgen los tic
inevitables y eso les lleva a ejercer de demócratas solo el día de las elecciones, el resto del año exhiben el mando, que para eso lo han ganado ese único día que ejercieron de demócratas.
En el fondo, la existencia de esas fuerzas vivas hoy, provoca casi tanta pena como causa el oscuro camino por el que conducen a muchos de nuestros pueblos. Ahora que la democracia es el instrumento de dominio en manos del poder económico, aunque presuman de un poder localista, no son conscientes de que carecen de cualquier control sobre ese poder, y por muy fuerzas vivas de su pueblo que se muestren, no son nadie.
Como casi todos tenemos nuestros orígenes en un pueblo, sabemos por nuestros familiares y por nosotros mismos, que en todos los pueblos hay víctimas inocentes del ejercicio de ese poder local, de su actuación injusta, o de influir decantando el curso de una disputa familiar. Pero lo más curiosos es que en muchos pueblos, no son conscientes de que sus actuales «fuerzas vivas» ya no tienen el poder de antaño, y sin embargo, casi por inercia se les sigue rindiendo pleitesía, a todas luces, inmerecida, innecesaria e impropia de ciudadanos del siglo XXI.
Todo aquello que nos convierte al ser humano, en vulnerables, está aún más dimensionado en un pueblo, y por quienes ejercen de esa manera el poder, eso se sabe. En nuestro medio rural sufrimos y cometemos los siete pecados sociales que señalaba Gandhi: política sin principios, economía sin moral, bienestar sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin humanidad, placer sin conciencia y culto sin sacrificio.
Para hacérnoslo mirar.