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Aprendiendo del #TrabajoSocial en tiempo de pandemia / 1

María José Aguilar

Confinamiento, distanciamiento, aislamiento, vulnerabilidad, miedo, estrés. Vínculos, afectos, comunidad, solidaridad, responsabilidad, civismo. Cuidados, fraternidad. Derechos y no-derechos. Presencias y ausencias… Palabras capaces de encerrar diversos mundos. Incluso contradictorios.

Son muchas las reflexiones que podemos leer estos días. Algunas especialmente recomendables, sobre las que deberíamos reflexionar. Ahora que la mayoría disponemos de tiempos y espacios impensables hasta hace poco.

Yo intentaré contribuir a ello, diariamente, desde el #TrabajoSocial. Pretendiendo visibilizar, siquiera modestamente, algunas de las muchas aportaciones que nuestra profesión hace (o puede llegar a hacer) para lograr el desarrollo humano pleno. Desarrollo humano que sólo puede desplegarse y hacerse posible en marcos y contextos convivenciales que nos humanicen a todas las personas simultáneamente, sin excepción.

Me centraré cada día en una o varias palabras. Porque definir es comprender. Y es preciso comprender para transformar.

El triunfo de la ideología liberal, que antepone el interés individual muy por encima del bien común, ha convertido en hegemónicos los valores propios del individualismo, provocando un proceso de “darwinismo social” que genera cada vez más exclusión social. La pandemia global a que nos enfrentamos está teniendo la ventaja de mostrar las consecuencias nefastas de este darwinismo de ‘sálvese quien pueda’. Gracias al invisible, pero palpable, #coronavirus re-descubrimos que nadie puede salvarse solo. Por muy rico que sea. Que sólo en comunidad podremos resistir para sobrevivir.

Lo comunitario frente a lo masivo

En un mundo de comunicaciones masivas convertido en una aldea virtual, las personas que viven en grandes ciudades, descubren estos días a sus desconocidos vecinos. Con quienes nunca se habían encontrado o comunicado. Ni tan siquiera saludado. Grandes ciudades habitadas, ¿hasta ahora?, por “muchedumbres solitarias”.

Esta aldea virtual hace posible mantener el contacto social, la comunicación y los afectos sin contacto físico. Escribir, hablar y compartir a distancia nos permite sostener los vínculos emocionales y afectivos que ya teníamos, sin el dolor que en otras épocas hubiera supuesto una situación de confinamiento como la presente.

Hay muchas personas que viven sin autonomía. Personas que necesitan el cuidado directo de otras personas para mantener una vida digna. Un cuidado que sólo puede recibirse mediante el contacto material y físico: hablo de niños y niñas, personas enfermas, personas que precisan cuidados de larga duración porque no son autónomas y su grado de dependencia sólo puede ir en aumento, etc.

Los servicios sociales (‘pariente pobre’ del sistema público de protección) han tenido que enfrentar grandes y crecientes limitaciones. La burocratización creciente de los escasos servicios. La institucionalización inmovilista. La despersonalización cada vez mayor en las relaciones ciudadano/a-institución.

Todas estas circunstancias hacen que los problemas humanos más profundos y las necesidades humanas menos materiales (afecto, formación, participación, libertad, creación, etc.) tengan una imposible solución y atención adecuada en el marco del Estado. Lo estamos viviendo estos días.

La ayuda mutua y el apoyo social se convierten en sistemas vitales de protección social. En escudos preventivos de la exclusión social y la nueva pobreza generada por carencias afectivas y sociales (acompañadas o no de carencias materiales). Y esta ayuda o apoyo social sólo son posibles en el marco de los grupos primarios (familia, amigos, vecindario) y grupos de ayuda mutua.

El apoyo social es lo que permite al sujeto creer y sentir que es querido y cuidado, que es estimado y valorado, que pertenece a una red de comunicación y obligaciones mutuas. Es un proceso transaccional y simbólico de influencia mutua que altera las emociones, las creencias, y las conductas.

Los sistemas de apoyo se definen como “contactos sociales duraderos” que, en épocas de crisis, ofrecen tres tipos de apoyo: ayudan a la persona a movilizar sus recursos internos y dominar sus tensiones emocionales; comparten sus tareas; proporcionan ayuda material, instrumental y estratégica, actuando como una guía cognitiva que mejora el manejo de la situación.

Estamos viendo estos días la generación solidaria de relaciones de apoyo espontáneas, entre vecinos, entre jóvenes y mayores. Estas relaciones primarias solidarias expresan comunalidad, ayuda mutua y reciprocidad. Cuando pase la crisis, pueden quedar reducidas a una experiencia anecdótica o, por el contrario, pueden perdurar y consolidarse, convirtiéndose en sistemas de apoyo social comunitario.

Esta es una gran oportunidad que esta crisis encierra para el trabajo social y resto de las profesiones, agentes operadores, entidades e instituciones que conforman “lo social”. Deberíamos pensar cómo aprovecharla.

María José Aguilar Idáñez

Catedrática de la UCLM

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