Por Candelaria Motas Cano

La nueva vida

Candelaria Motas

Quién nos iba a decir que nuestra vida cambiaría de un día para otro, que se produciría una situación que hemos visto cantidad de veces en películas de ciencia ficción.

Veíamos con mucho interés cómo un virus alteraba la vida en una zona de China. Las noticias nos comunicaban la evolución que se producía, y día a día nos convertimos en espectadores, observando cómo los afectados eran cada día más, cómo se producía  el confinamiento de sus habitantes, cómo se construía un hospital en diez días, cómo las ciudades aparecían vacías… Pero China estaba muy lejos, tan lejos como lo estaba África cuando el virus del Ébola asoló las poblaciones del Congo o Sierra Leona. Todas estas cosas pasan muy lejos y son los medios los que nos lo cuentan, funcionando como la cuarta pared, por lo que nosotros estamos a salvo. Todo esto lo percibimos igual que vemos las noticias de la llegada diaria de emigrantes, de esto también estamos a salvo porque no somos emigrantes. Todo nos parece igual de lejano y ajeno. Pero este virus no se ha quedado en China. Un buen día nos enteramos que empieza a pasar fronteras, que llega a nuestro país, que llega a nuestras ciudades y pueblos, que ataca a nuestros paisanos… Y poco a poco le vamos poniendo cara a los infectados.

Un día se declara el estado de alerta, ¡a nosotros! Y nos quedamos en casa, aparcando compromisos y quehaceres, pero menos mal que tenemos las redes sociales para estar conectados. Los dos primeros días vivimos las 24 horas pendientes del WhatsApp viendo chistes, niños llorando desesperados por querer salir, grabados por inconscientes padres; cambio de impresiones con amigos, recibiendo y reenviando, páginas para ver ópera, leer libros, asistir al teatro, visitar museos en 3D, recetas de cocina, ejercicios de gimnasia, todo gratis, y bulos y más bulos; lo vivimos con excitación e incluso diría que con una cierta alegría. Un sinfín de mensajes que hacían arder los grupos, tal fue la locura que pensé que no podría soportar un día más así y me planteé borrarme del WhatsApp. Pero el tiempo pone las cosas en su sitio, las noticias empiezan a ser cada vez más preocupantes, los mensajes ya no son tan divertidos, se reciben una y otra vez “os comunico que el padre de… se ha muerto”, entonces todos mandamos besos y abrazos, le decimos que sentimos mucho no poder hacerle compañía en estos duros momentos que tendrá que soportar en soledad, etc., etc. A partir de entonces como guardando duelo y respeto, desaparecen las bromas, los chistes, los chascarrillos, y así otro grupo y otro, y entonces piensas que has hecho bien en no borrarte, que la única manera de acompañar es estando ahí, en silencio.

La situación cada vez se nos muestra más preocupante y queremos participar en el reconocimiento a los que siguen trabajando por los demás, y salimos a dar palmas todos los días, y te sientes inútil por no poder hacer otra cosa por ser personal de riesgo, mientras, las muestras de solidaridad de mucha gente anónima, sin cara, se multiplican, colaborando en lo que pueden, pero los medios nos informan con grandes titulares de la solidaridad de las GRANDES EMPRESAS, de los millones que ponen encima de la mesa, que por supuesto todos agradecemos, pero que sabemos que como se dice vulgarmente “no hay puntada sin hilo”,  por lo que volvemos a ver como en muchas otras ocasiones, que la verdadera solidaridad se escribe en minúsculas por personas que lo dan todo por nada.

Ahora después de 15 días de confinamiento tenemos organizada la vida, hemos establecido una rutina diaria y piensas que ya no es tan importante salir, que en casa se está muy bien, pero te preguntas qué pasará el día que pueda salir, mi sensación es que sentiré miedo, creo que saldrán primero los jóvenes y los niños mientras los de cierta edad seguiremos en cuarentena voluntaria, expectantes a lo que pase fuera. ¿Quién puede, y cómo se puede controlar la extinción total? ¿Quién nos asegura que no quede nadie que sea capaz de contagiar y volver a empezar?

Ojala que tengamos un final feliz, que sea como la gripe española que un día se fue sin saber ni cómo ni por qué, sin dejar rastro pero sí un gran número de muertos.

Covid19, Historia