Patriotismo de la desmoralización

La publicación de fotografías con centeneres de ataúdes que estamos viendo estos días en algunos medios de comunicación podría ser perseguir un clima de desmoralización de la gente en la lucha contra la pandemia

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En el mes de abril de 2004 hubo una polémica en Estados Unidos. Los principales medios de comunicación de ese país llevaron a sus portadas en Internet fotografías de los féretros repatriados con los restos de soldados muertos en Irak. El Pentágono prohibía entonces, desde 2003, coincidiendo con la invasión de Irak, la cobertura periodística del retorno a casa de los militares muertos. Una web privada logró que el Ejército le entregara instantáneas de la repatriación de féretros, amparándose en la primera enmienda de la Constitución estadounidense: el Acta de Libertad de Información.

Consciente de que este precedente podía acabar con la censura informativa en tiempos de guerra, el Pentágono exigió a sus mandos que no se volvieran a difundir fotos de los soldados caídos en batalla, y a los medios que no reprodujeran dichas imágenes. Pero de nada sirvieron esas advertencias, ya que los medios de comunicación estadounidenses más prestigiosos, temerosos hasta ahora de entrar en polémicas, pusieron en sus páginas algunas de esas fotografías en las que aparecían los féretros envueltos en la bandera de las barras y estrellas.

La controversia fue entre quienes defendían la libertad de prensa, los que exigían respeto a los muertos y al dolor de las familias, y los que acusaban al Gobierno de hacer invisibles a los muertos para evitar que creciera el descontento popular por la guerra de Irak.

Paul Krugman, colaborador regular del New York Times, planteó previamente el tema de la comunicación de manera explícita en Behind the Great Divide el 18 de febrero del 2003. “¿Por qué otros países no ven las cosas como las vemos nosotros?”, se preguntaba el premio Nobel de Economía. Una parte de la respuesta, en su opinión fácilmente compartible, residía en la diferencia de cobertura informativa dada al asunto en la “Vieja Europa” y en el “Nuevo Mundo”. En general, decía Krugman, los medios de comunicación estadounidenses, incluso los “progresistas”, estaban siendo especialmente conservadores al respecto, por no decir belicosos. Pero las diferencias no estaban tanto en los medios escritos. La gran diferencia estaba en la televisión, muy militante a favor de la guerra en el caso de los Estados Unidos hasta niveles de falsificación, manipulación y tergiversación notables, mientras que en las televisiones europeas habría habido una actitud más distante, donde se preguntaban por qué Irak precisamente y cuáles podían ser los motivos reales y sin ver la oposición a la guerra como cobardía, sino como todo lo contrario.

Desde este antecedente, ¿cómo interpretar la publicación por algunos periódicos de fotografías con centenares de ataúdes y su utilización posterior en plataformas de televisión, apoyada por recuentos sobre defunciones, que convierten la sospecha de fallecimiento por COVID-19 en dato positivo irrefutable?

Siempre, incluso cuando haya una guerra injusta, o en cualquier situación de injusticia, debe prevalecer la libertad de información. Aunque, claro, la responsabilidad no puede dejar de preguntarse cuáles son sus efectos, y, en caso de previsibles, a qué intenciones responden.
En este caso no hay una guerra injusta que denunciar, en la que voluntariamente se haya implicado al país por parte del gobierno. Por lo que se tiene que considerar que el efecto buscado es contravenir el respeto a los fallecidos y el dolor de las familias, como aducían las autoridades americanas. Y también, como en ese caso, favorecer el descontento popular por los resultados que se están obteniendo por parte de mucha gente: personal sanitario, transportistas, personal de tiendas de alimentación, fuerzas de seguridad, personal de limpieza, agricultores…, en la lucha contra la presente enfermedad.

Hay que suponer que la intención principal podría ser perseguir un clima de desmoralización de la gente en la lucha contra la epidemia. Una desmoralización normativa, porque se conculcan las reglas de la decencia que disponen el no infringir más dolor allí donde ya ha golpeado le desgracia; y una desmoralización emocional, que pretende difundir la idea de que todos los esfuerzos que se están haciendo, con fundamentación en organismos internacionales y centros de investigación, son desalentadores por los resultados que se están obteniendo.

En fin, la eterna campaña de los patriotas de la desmoralización.

Covid19, editorial, medios comunicacion