Hace pocas fechas leí un artículo al respecto del temor al empobrecimiento de la educación en el ámbito universitario y cómo la Universidad no había alterado sus ritmos fundamentales tras la imposición de Bolonia, a pesar de las cuestiones presupuestarias. Pero no, hoy no toca meterse con el ministro. Porque está lejos, y a nosotros nos queda más cerca el Campus de Albacete, donde puede darse la circunstancia de que decenas de alumnos no empiecen sus clases hasta casi el mes de noviembre por culpa de una mala elección de un departamento: elegir a un profesor colaborador que no tiene el temario actualizado, que pretende cambiar el horario de clases de todos los alumnos (porque trabaja en la administración pública) y, además, insta a sus alumnos a tutorizarlos… en su puesto de trabajo… Es sólo un ejemplo.
No, hoy no toca meterse con el ministro.
Fuimos muchos los que nos convencimos de que con Bolonia los alumnos saldrían ganando. Supusimos que el profesorado cambiaría su manera de dar clase ya que los departamentos se prepararon para las modificaciones y así evolucionar en la metodología, la investigación, la mejora docente y el mayor rendimiento del alumnado, así como la mejora general de sus competencias: educación al fin y al cabo.
Y sí, de hecho, hasta donde he consultado, algunos buenos docentes e investigadores lo han hecho. Pero ni los alumnos más descarados ni muchos profesores (agotados, cansados, burnoutados) nos mienten: las clases se imparten de la misma manera y los alumnos salen aprendiendo lo mismo de siempre. ¿Que todavía hay profesores en la UCLM que leen folios amarillentos del uso o libros, sentados en su sillón, frente a los alumnos, mientras estos escriben al dictado? La respuesta es sí.
Pero seamos cuidadosos, es sencillo generalizar, se nos da muy bien.
El inconveniente es cuando preguntas y las respuestas de profesores desaniman y las de alumnos indignan, y al revés. Profesores sin capacidad ni competencias (aunque tengan currículum docente), profesores sin ganas, departamentos que amenazan a otros profesores que pretenden innovar, o solo diferir del punto de vista general. Podría añadir unas cuantas anécdotas pero es desalentador.
Bolonia ha chocado, además, con las carencias presupuestarias que impiden, de manera general, la puesta en funcionamiento de muchos proyectos, ¡maldita herencia recibida! Como rasgo común, el profesorado apenas ha modificado su metodología docente. Se da la circunstancia de que ahora, además de la asistencia obligatoria, los trabajos semanales o mensuales, y los exámenes por tema, se sigue recurriendo al examen parcial y final. Con lo cual, muchos alumnos se preguntan dónde está la ventaja o mejora.
Si añadimos lo complicado que es convalidar estudios en la Unión Europea, nos encontramos con argumentos para el desánimo del alumnado. La movilidad no es real, desde luego no es sencilla, sino todo lo contrario. (En otro artículo hablaremos de albaceteños con licenciatura, máster y varios idiomas, sirviendo helados en el centro de Londres a cambio el salario mínimo interprofesional).
Tal y como van las cosas, la Universidad no es lo que muchos alumnos esperaban, ni el futuro profesional en el que confiaban muchos becarios de doctorado. Después del esfuerzo personal y económico, esos alumnos, ¿se matricularán en la Escuela Oficial de Idiomas para aprender el inglés o tendrán que emigrar y servir mesas anglosajonas? Para labrarse un futuro mejor, ¿se matricularán en uno, dos o tres master de seis mil euros para aprender lo que la universidad no enseña?
¿Se matricularán en grados superiores de Formación Profesional para aprender a trabajar puesto que en la Universidad no se aprende –a trabajar-?
¿Quién sabe? La Universidad es el lienzo en blanco de muchas mujeres y hombres. Un lienzo que no se puede tomar a la ligera, como bien saben muchos buenos docentes.