En un orden social injusto las estructuras de dominación son fuentes permanentes de la “falsa generosidad”, que es funcionalmente domesticadora. Esta constatación de Paulo Freire, plantea que la solidaridad es una actitud radical, por lo que declarar que las personas son libres pero no hacer nada para que esta afirmación sea concreta y objetiva, es una farsa.
En el marco del trabajo social antiopresivo, Lena Dominelli analiza los procesos de definición de la alteridad por parte de los/as profesionales de la acción social. Poniendo en evidencia cómo, las mismas profesiones que deberíamos luchar contra el racismo, reproducimos relaciones de dominación basadas en la etnificación y la racialización de las diferencias sociales. La solidaridad, en este contexto, se transforma en un dispositivo más de dominación.
Una tarea primordial de quienes trabajamos en la acción antirracista es contribuir a la deconstrucción de la lógica racista que en muchos casos reproducen nuestros principales agentes de socialización: instituciones educativas, familias, amigos, medios de comunicación. Y, sobre todo, debemos reflexionar críticamente sobre los modelos implícitos y los privilegios que condicionan nuestra reflexión y acción, ya que son el reflejo de los elementos racistas integrados en nuestro horizonte cultural.
Debemos ser conscientes desde dónde teorizamos. Evitar el etnocentrismo y el falso universalismo, teniendo siempre en cuenta la particularidad de nuestras propuestas y la importancia de las epistemologías del sur en los procesos de resistencia a la dominación. No podemos contribuir al antirracismo sin admitir la colonialidad de nuestro saber, sin deconstruir los modelos implícitos que subyacen a nuestra forma de intervenir. Se trata, antes de todo, de dar espacio a prácticas antirracistas que se desarrollan “desde los márgenes”, de reconocer la capacidad de autodefinición de los grupos subalternos, lo cual significa, inevitablemente, redefinir nuestra identidad.
La redefinición de una cultura antirracista necesita crear espacios de diálogo y colaboración entre las teorizaciones y las prácticas que se desarrollan en el norte y en el sur, entre personas que pertenecen a los grupos dominantes, pero que quieren romper con el sistema de opresión, y los grupos subalternos. Decolonización de nuestro marco de referencia, diálogo y reconocimiento son los tres elementos básicos a partir de los cuales el antirracismo europeo puede reconstruir su legitimación.
El antirracismo tiene que ser entonces, esencialmente reflexivo, incluyendo siempre la dimensión del poder. La reflexividad es la consideración continua de cómo los valores, la diferencia social y el poder afectan las interacciones entre individuos. Estas interacciones deben entenderse no solo en términos psicológicos, sino también como una cuestión de sociología, historia, ética y política.
El antirracismo critico y transformador, como práctica antiopresiva, es un proceso que empieza siempre con un trabajo reflexivo que cuestiona los propios prejuicios, los propios modelos implícitos y la posición que ocupamos en el sistema de dominación para así tomar conciencia de nuestro papel en la reproducción de las estructuras de discriminación y poder.
Esto implica un proceso continuo de cuestionamiento de nuestras prácticas y un replanteamiento dialógico de nuestras estrategias de acción. Implica la disposición a cambiar radicalmente la lógica tradicional de nuestras intervenciones y reconocer la responsabilidad política de nuestro papel.
Esta es una invitación a la lectura del último capítulo de nuestro libro, de libre acceso: Buraschi, D. y Aguilar, Mª J. (2019). Racismo y antirracismo. Comprender para transformar. El texto de este post es una adaptación de párrafos escritos en las páginas 123 y 133 del libro.