Conmemorando el Día del Libro

Feliz día del tesoro de los pobres

Verónica Blanco

“Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros” dijo Kafka.

Este miércoles, probablemente, la primera foto que hayamos visto en nuestras redes sociales haya sido un libro y una rosa. Nos pasa igual que el 14 de febrero, que solo nos acordamos las solteras de que somos solteras este día. Nos pasa igual que el Día de la Tierra, que es el único día del año en el que recordamos la importancia del cambio climático y también el único día en el que algunas mujeres recuerdan que tienen más derechos que un felpudo es el 8 de marzo.

¿Por qué no hacemos de la lectura un hábito tan cotidiano como el de abrir Facebook?

Lo cierto es que la única batalla que vale la pena es el conocimiento. Estas palabras fueron el alegato de una intelectual sobre quien ejerce la censura. Como dice la reciente apremiada del Cervantes de Literatura: “dentro de la cultura de la pobreza se atesoran bienes inesperados”.

Y es que muchas y muchos de nosotros, gracias a la lectura hemos viajado a los sitios más inesperados, a los lugares más recónditos, hemos subido a las cordilleras más imponentes. Hemos vivido en medio del esperpento, sin saber muy bien lo que definía. Hemos sentido como Neruda hacía con nuestra mente lo que la primavera hacía con los cerezos. Hemos sido reinas y campesinas, esposas y amantes, niñas y ancianas, guerreras y sumisas. Hemos sido dueñas y esclavas. Todo sin ataduras, sin dinero, sin visas.

Qué bonito y cercano sería el mundo si cada uno de nosotros viviésemos una historia distinta en cada libro y esa misma historia la pudiésemos compartir en cada biblioteca de manera comunitaria, dialógica y abierta.

Pero la realidad de hoy día es bien distinta. Los primeros puestos en ventas de libros los ocupan las vivencias de una muchacha mediocre que un día se enamoró de un torero y un libro para adolescentes en el que se fomenta el valor del hombre rico, guapo y la chica sumisa que obedece y a menudo le deja azotarla en una sala en la que satisface sus excentricidades sexuales.

Una realidad en la que el libro más famoso de ciencia-ficción es el programa electoral del partido que hoy gobierna, en la que cada vez se cierran más bibliotecas y se abren más plazas de toros. En la que se valoran los resultados cuantitativos que evalúa el ministro peor evaluado. En la que, en los informes oficiales valoran la capacidad lectora del alumnado en términos absolutos y no humanos.

Por suerte, nos vamos forjando de las cosas a las que en su día no dimos importancia. Como la que hace tiempo me dijo un maestro de la escuela, y que hoy sé que es verdad.

Somos Winston Smith volviéndonos conscientes de la gran farsa en la que se basa el sistema y descubriendo la falsedad intencionada de todas las informaciones. Somos la Andrea de Carmen Laforet viendo rotas nuestras ilusiones y sintiendo el ambiente opresivo y oscuro. Somos el pueblo ficticio de Macondo y sus Cien Años de Soledad. Somos las apariencias, el odio, la envidia, el dinero y el poder implícito de la jerarquía patriarcal de La Casa de Bernarda Alba.

Pero también somos Sancho, aprendiendo de Don Quijote que “cambiar el mundo no es locura ni utopía”. Somos la Metamorfosis de Kafka. Somos El Amor en Tiempos de Cólera. Somos los versos escritos Bajo La Noche Estrellada de Benedetti. Somos lo que leemos.

¡Felices 365 días del libro!

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