Conoce: Montealegre, Villalgordo, Bonete y Munera.

Cura de pueblo, memoria de provincia

En una época en que los secretos de las personas son un bien preciado, hay quien dispone de tantos en su libreta o sotana que se convierte en rico y poderoso sin darse cuenta.

Miguel Ventayol

Una frase, un inicio, el primer paso. La búsqueda de la ironía o el sarcasmo. Poco a poco, una metáfora cuelga, un simil chorrea. Pero falta lo fundamental: la historia. ¡Esa historia!

En la plaza del pueblo hay movimiento este fin de semana, paseos conversaciones, verdades escondidas, mentiras con el tono de voz adecuado, pulcro y sencillo, como verdades del Angelus. Niños jugando a pelota con el sueño infantil de quien sueña lo que podría venir y la eterna verdad: lo que nunca llegará.

El sacerdote del pueblo se acerca a un corrillo, arrastra uno de los pies, el derecho, porque su pasado infantil y sus manos esconden callosidades propias de la albañilería. Sus manos ahora bendicen, se han suavizado con agua bendita. Su pie derecho nunca superó la caída del andamio a varios metros de altura. Le ofrece dignidada, como su tono de voz, caraspeado, como de orujo al almuerzo.

En la plaza esperan su llegada, la acogen con gusto. Su historia es la historia de treinta años en las parroquias de la provincia de Albacete, entre calles, plazas, salones de chimenea al café y confesionario anónimo. Su personalidad trasluce la verdad, sinceridad y el poder de la palabra.

Es una plaza de pueblo donde se congregan tantas personalidades como niños jugando a la pelota, con sueños distintos pero sueños a fin de cuentas: unos llegarán, una buena parte de ellos quedará en aspiración.

El sacerdote se acerca a un corrillo, habla de lo que habla la gente, cuenta secretos como quien come pipas. Sin decir nombres ni ofrecer demasiadas pistas extra. Conoce Montealegre del Castillo, y también Villalgordo, conoce Bonete y algo más Munera. En otra época se alegraba comprobando como tras un ladrillo venía otro, y un tercero. Al final de la jornada, un murete. Al cabo de un mes, una construcción perfecta. O una construcción al menos.

Ahora solo habla, va de persona en persona escuchando, ayudando, aconsejando cuando lo permiten las circunstancias.

La plaza del pueblo pronto se vaciará y cada cual orientará sus consejos, palabras y comentarios. Queda poco tiempo para que llegue el verano. Vendrán las historias sin metáforas, crudas y sencillas como ladrillos. Otras escondidas. Las más, desaparecidas e imposibles de relatar.

Hay secretos de confesión.

Hay secretos inconfesables.

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